Monjas cismáticas

Más allá de la complejidad de la historia, que contiene elementos que hacen infumable y una bufonada el relato de pretendidos tintes evangélicos y eclesiásticos, nos encontramos con una situación que, particularmente, causa dolor. Pero no extrañeza. Y explico: dolor porque afecta ver cómo unas mujeres consagradas toman una decisión de gran calado: rompen la comunión con Roma; salvo Sor María Amparo, religiosa que ha salido de ese convento al ver la maniobra. Da la impresión de que han sido engañadas por Pablo de Rojas; de hecho, Sor María Amparo lo califica de «fantoche». Pero no causa extrañeza: no es la primera vez que un embaucador entra en un convento, ni la primera vez que la falta de formación sólida y de mirada teológica ortodoxa genera confusión, ni la primera ni última vez que un grupo católico expresa su oposición al Papa.

Conocí algún sacerdote que, en Misa, ya elegido Francisco, en el momento de nombrar al Papa, nombraba a Benedicto; también he conocido a religiosas confundidas que únicamente beben de fuentes con permanente acento crítico sobre el pontificado actual.

No solo no me extraña, sino que entiendo que en la Iglesia Católica haya diversidad de miradas y carismas en una u otra posición más o menos definida. Pero de ahí a romper con la comunión, a negar la acción del Espíritu Santo en la elección de Papa desde 1958, año en que falleció Pío XII, me parece de tal soberbia que solo la incultura y falta de formación eximirían de la gravedad moral de la decisión tomada.