Otro modelo de ciudad cultural es posible
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Carta del director ·
La pandemia ha destapado una realidad que llevaba años latente: Málaga, capital y provincia, vive de espaldas a la creación artística. Pero tiene remedioEl consejero de Educación y Cultura, Javier Imbroda, ha abierto esta semana un debate interesante: «Si los centros escolares, con cientos de alumnos en sus aulas, han conseguido ser lugares seguros frente al coronavirus, ¿por qué no exportar ese modelo a los eventos deportivos y ... culturales?». Y tiene toda la razón. Dentro de las contradicciones de la pandemia, que no son pocas, resulta difícil entender que no se puedan celebrar conciertos y espectáculos en aforos reducidos, y más aún al aire libre. Como le ha ocurrido a la hostelería, la cultura fue colocada desde el principio en el centro de la diana como si fuese un peligro y una fuente de contagios, cuando no es así.
Pero si se analizan los motivos por los que la cultura ha quedado relegada en la planificación de las instituciones, podemos llegar a la conclusión de que es un efecto de lo que ya ocurría, al menos en Málaga, desde hace años. La ciudad, y lo mismo ocurre en muchos municipios de la provincia, vive de espaldas a la creación artística. ¿Y qué significa esto? Pues que contamos con grandes museos –una suerte absoluta y un éxito de gestión–, con teatros y festivales, pero no hemos interiorizado la necesidad de apoyar y fomentar la música, el arte, la danza y el resto de disciplinas. En definitiva, que los creadores de Málaga encuentran enormes dificultades para mostrar sus trabajos, para hacerse ver, para hacerse escuchar. Y una provincia abierta como la nuestra, cuyas bondades han sido cantadas por poetas y artistas de todo tipo, no puede permitirse mantener sus puertas cerradas, ni siquiera entornadas, a la imaginación y la creación.
Una ciudad puede tener una programación decente de conciertos de cantantes y grupos conocidos, pero al mismo tiempo debe ser capaz de desarrollar una estructura que facilite a otros músicos menos populares trabajar y abrirse camino. Porque los artistas emergentes de hoy pueden ser los grandes nombres de mañana y porque tanto trabajo subterráneo también merece ser promocionado. Y no sólo eso, sino que se debería trabajar y diseñar una estrategia para que la ciudad y los ciudadanos viviéramos la música con intensidad: en la calle, en locales con bandas en directo y en recintos para festivales. Y con la capacidad de integrar la música en la vida del Centro Histórico y los barrios y en comunión con los vecinos. Es un error monumental identificar música con ruido, como si fuese incompatible con el disfrute de la ciudad y con el descanso. Hay que ser sensibles y buscar soluciones imaginativas, pero eso no significa expulsar la música de la ciudad.
Ocurre que la política municipal es extraordinariamente sensible a la crítica vecinal, incluso cuando esta crítica pueda ser casi unipersonal, el altavoz de un grupúsculo que está lejos de representar la opinión general. Porque en Málaga hay expertos en protestar y oponerse a todo, afiliados a la protesta contra todo lo que no encaje con sus gustos. Conozco el caso de un profesional del derrotismo que lo mismo se opone a la torre del Puerto que a los carriles bici que protesta porque la policía vigile y sancione el exceso de velocidad. Capaces son de quejarse cuando la vecina haga un puchero y el aroma se cuele en su casa. Hay que convencer a muchos, porque es imposible hacerlo a todos, de que la música, como la hostelería, el turismo vacacional, las fiestas populares o los cruceros, es también una industria que genera riqueza, empleo y, sobre todo, alimenta a muchas familias y muchas almas. La música, y toda la cultura, es también economía.
Y el mismo ejemplo lo podríamos decir de otras disciplinas artísticas, como la pintura o la danza. El vértice de la pirámide cultural de Málaga es envidiable, con lugares como el Teatro Cervantes, el Soho CaixaBank, el Pompidou, el Thyssen, el Picasso... Nadie puede dudar de ello. Pero la base que sustenta esa cúspide vive a su suerte, casi abandonada, como cuando la ciudad vivía de espaldas al mar.
Imaginemos ciudades de la provincia de Málaga donde exista preocupación por una red de locales de música en directo que no tenga que irse a la periferia ni a los polígonos, con centros expositivos donde jóvenes artistas puedan mostrar sus creaciones, donde se viva la cultura en la calle y se disfrute de ella. Una ciudad donde se apueste y se apoye también la promoción de conciertos y festivales, sin poner palos en la rueda como se hace ahora. Y todo ello es posible, y magnífico, en Málaga, porque, como dice el líder de Danza Invisible, Javier Ojeda, «aquí hay mucho talento». Y yo añadiría que muchas ganas de crear. El propio Ojeda lanzó esta semana un grito de auxilio que debería escucharse en todos los despachos de las administraciones para plantear soluciones. No es esto una crítica a lo que se hace ahora, sino una invitación a todo lo que se puede hacer en el futuro, porque el verdadero sentido de una ciudad cultural es que sus vecinos puedan vivirla con intensidad.
Si echamos mano de la memoria y recapitulamos la cantidad de grandes y jóvenes artistas malagueños (Pablo Alborán, Pablo López, Antonio Banderas, Vanessa Martín, Dani Rovira, Javier Ojeda, Javier Calleja, Antonio de la Torre, Javier Castillo o Julio Anaya, por poner sólo algunos ejemplos) podemos imaginar qué ocurriría si todos los que están aún por salir tuvieran más oportunidades. Y al mismo tiempo podemos soñar también con una ciudad en la que la cultura no fuese excepcional, sino habitual en cada rincón, en cada calle, en cada plaza y en cada hogar. Porque la cultura no sólo es segura en estos tiempos de pandemia y distancia de seguridad, sino que es el mejor reconstituyente del alma y del ánimo.
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