Siempre hemos buscado fórmulas para que los alimentos duraran más tiempo. Ardua tarea para la humanidad. La salazón y el ahumado fueron los primeros pasos firmes con los que alargábamos la vida útil de carnes y pescados. Los saladeros se multiplicaron y la pesca salada se convirtió en fuente de riqueza en todo el Mediterráneo. La factoría de salazones del malagueño Teatro Romano y un buen puñado de restos arqueológicos salpicando nuestro litoral dan testimonio de su importancia. Hoy en día, la sal sigue siendo el conservante más utilizado aunque muchos ya la obtienen sintéticamente para abaratar costes. También la refrigeración es un método de primera línea. Neveras y congeladores forman parte de nuestro entorno habitual. No hay domicilio ni empresa del ramo que no los utilice a diario. El mercadeo del sector mueve colosales cifras de facturación. Sólo en frutas importamos por valor de 648 millones de euros y en hortalizas más de 300 millones. Un toma y daca comercial de productos alimenticios que van y vienen atravesando fronteras. Si queremos comer un saludable kiwi importado de China, Nueva Zelanda o Chile no es posible tenerlo en nuestras manos a las pocas horas de ser arrancado del arbusto. Permanecerá en cámaras frigoríficas durante su almacenamiento y transporte para que puedan llegar en condiciones óptimas de consumo.
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Prácticamente todos los productos alimentarios manufacturados tienen incorporados conservantes. Panes de molde, repostería, derivados lácteos, cárnicos, embutidos, conservas de todo tipo y un largo etcétera, contienen aditivos que evitan el crecimiento de hongos y bacterias o retrasan su deterioro. En definitiva, aumentan la seguridad impidiendo intoxicaciones y enfermedades. Un asunto serio ya que tenemos identificadas más de 250 infecciones por bacterias, virus y parásitos transmitidos por alimentos. Según datos de la Organización de Consumidores y Usuarios, la mayoría de intoxicaciones se originan por manipulación en la cocina de casa o del restaurante. Estadísticamente, las conservas son las que menos intoxicaciones producen. Sin conservantes, no podríamos disponer de productos elaborados y sería imposible mantener los actuales canales de distribución.
Vaya por delante que la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, es extremadamente rigurosa y exigente para la concesión de licencia de uso a cualquier aditivo. Para entrar en el mercado, la Agencia certifica su eficacia y constata la ausencia de toxicidad en la dosis utilizada y lo somete a evaluaciones periódicas de control. La empresa está obligada a declararlos en la etiqueta con su correspondiente número de clasificación internacional precedido de la letra E.
Los publicistas y creadores de marca, saben que compramos por impulsos emocionales en una oferta con fuerte competencia. El slogan 'sin', transmite la idea nociva del aditivo y tiene mejor venta porque nos hacer creer, equivocadamente, que es mejor y más saludable. Puro marketing para influir en nuestra elección aprovechando los miedos y las prisas. Cuando se resalta el 'con' o 'enriquecido con' vitaminas, sales o minerales, a nuestros ojos de consumidor percibimos una imagen positiva del producto aunque desconozcamos de donde ha salido tal enriquecimiento. También el término '100% natural' da buena imagen pero no significa que tenga valor nutricional ni que forme parte de la dieta saludable, simplemente se utiliza para llamar la atención de los posibles consumidores.
Durante la compra, no disponemos de tiempo para investigar las características de los productos que compramos y muchos de los mortales tampoco podemos leer sus ingredientes porque el tamaño minúsculo de la letra impide su lectura a simple vista. En definitiva, la elección acaba recayendo en la información, muchas veces tendenciosa, que destaca en la lata, caja o envoltorio. Resaltar que no tiene conservante puede ocultar que contiene otros productos como espesantes, potenciadores, espumantes, emulgentes o endurecedores, que constan, pero, eso sí, con menor alarde tipográfico.
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Hay que comer mejor y comprar productos sanos, afirmaba con rotundidad la endocrinóloga Paloma Gil en la presentación de su bestseller 'El fin de las dietas'. Proclama que muchos consumidores piensan que la etiqueta 'sano' o 'natural' se corresponde con el contenido cuando la mayoría de veces es sólo marketing. Debemos seguir nuestra dieta mediterránea, reducir alimentos hipercalóricos y los que contienen exceso de ácidos grasos saturados, sal, azúcares o sustancias estimulantes. La base para la alimentación saludable son los cereales, frutas, verduras y lácteos consumidos a diario, pero tampoco puede faltar pescado, carne, huevos, legumbres, pasta y arroz varios días a la semana. Necesitamos comer de todo.
Los hábitos alimenticios son el factor de salud que más puede ayudarnos a prevenir enfermedades. Indudablemente, los mejores productos que podemos traer a nuestra mesa son los frescos y de temporada. Dicho esto, debemos aclarar que los conservantes no son dañinos para la salud sino todo lo contrario, son necesarios porque garantizan la seguridad de los productos manipulados y manufacturados.
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La Salmonella, Escherichia coli y Listeria son los gérmenes que están en el top de las infecciones alimentarias. Tenemos que extremar las precauciones especialmente con los huevos, pescados, mariscos, vegetales y pollo. Cada verano recordamos la importancia de consumir mahonesa preparada y envasada con conservantes, estabilizantes, acidulantes y antioxidantes porque es mucho más segura que la preparada en casa. No nos dejemos manipular por informaciones tendenciosas ni contribuyamos a perpetuar mitos que la evidencia científica ha desmentido de forma reiterada.
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