César Ramírez
Médico
Domingo, 2 de marzo 2025, 01:00
La ministra de Sanidad es la cuota en el gobierno frankestein de la hidra monstruosa de machos alfa que ha resultado ser aquello que se ... llamó movimiento 15-M. Una acampada de trileros que montaron un follón para poder ser ellos mismos la casta a la querían desbancar, un partido político actual con nombre en femenino cuyos líderes y fundadores no podrán ni aparecer el próximo sábado en la manifestación anual del 8-M por la desvergüenza de haber contrapredicado con sus hechos el feminismo del que quisieron hacer religión. Una ministra cuyo único aval es ser médica, para vergüenza que tenemos de compartir profesión con ella los que intentamos dignificar nuestro trabajo cada día, y eso sí, que ser galena ya es mucho si la comparamos con sus últimos antecesores sanchistas, los que en su particular juego de tronos utilizaron el Ministerio de Sanidad como trampolín. Sea Salvador, el filósofo de apellido en sufijo pandémico de mascarilla, premiado con la presidencia de la Generalidad. O bien Carolina, la abogada estratega insular a la que por competencia nunca darías una cartera de ministra y que se paseó por las oficinas del Paseo del Prado como puente a la alcaldía de Gran Canaria tras reeditar en su casa un mini-frankestein isleño. Porque este ha sido el nivel, sí.
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Muchas veces me he preguntado para que sirve una ministra de Sanidad en un país en el que las competencias en materia de salud están descentralizadas en su totalidad hacia las consejerías de Salud de las diecisiete comunidades autónomas. Por ejemplo, para ser la ministra de Sanidad de Ceuta y Melilla y así poder contradecir lo que pueda desde su control del Instituto de Gestión Sanitaria lo que las mayorías absolutas del PP allí puedan querer disponer, que en materia de salud es poco y nada dicho sea de paso por no ser competentes para ello. También para poder generar descontrol y líos en las reuniones de los Consejos Interterritoriales del supuestamente existente Sistema Nacional de Salud (SNS), nuestra joya de la corona que cada vez es menos nacional y más una fragmentación de sistemas, un consejo en el que once de las comunidades están gobernadas por los dos partidos de la (también supuesta) oposición de nuestro país. No contenta con no pintar nada en España la ministra, fue elegida hace 4 meses como representante por parte de Europa al Comité Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) tras haberse autopropuesto hace un año, y le ha echado al bajío a esta prestigiosa institución a la que Trump le ha puesto el rejón de muerte hace unas semanas al anunciar que Estados Unidos (y su dinero, dicho sea de paso) salen de la OMS sin camino de vuelta atrás con lo que su finalidad y objetivos van a sufrir un deterioro que veremos si no lo lleva a la desaparición.
En fin, que debía estar aburrida la buena señora en su ostracismo y hace unas semanas nos ha sorprendido a todos con la propuesta de un nuevo Estatuto Marco para los profesionales de la Sanidad ,que ha logrado algo que parecía impensable en nuestro país: la unión de todos los médicos y todas las médicas en una voz de absoluto rechazo. La ministra apuesta de forma decidida por un bolivarismo sanitario que va desde el engaño en el cómputo de horas lectivas a los profesionales para «eliminar» falsamente las guardias de 24 horas hasta la barbaridad que querer coartar la libertad de elección de puesto de trabajo y sistema de salud a todos los médicos, ya sean MIR recién terminados o jefes de servicio, pasando también por el equiparamiento del nivel profesional A1 dentro del estatuto a los enfermeros, que los iguala administrativamente a los médicos cuando estamos hablando de distintos niveles de carrera universitaria (licenciados versus no licenciados) y de número de créditos (360 versus 240), sin entrar por supuesto ya en niveles de responsabilidad asumidos en la toma de decisiones en salud. Tras el malestar generado, con manifestaciones y amenazas de huelga al canto, la ministra ha recurrido ayer a la táctica clásica de encender una mecha que ella mismo luego apaga, creando así una cortina de gas, recordando sus tiempos de anestesista, sobre su propuesta de estatuto. Ni más ni menos ha dicho, ante la pregunta de la remuneración de los médicos de nuestro país, que estos «no están mal pagados, ya que cobran de media lo mismo que un ministro»; a las pocas horas, la ministra anestesista ha dicho que «la comparación ha sido desafortunada».
La ministra ha demostrado ser heredera del Guerra del mitin del 82, que afirmó que no descansaría «hasta que el médico llevase alpargatas», y desde luego que han sido machadianos en su camino, el que nuestros dirigentes políticos han hecho poco a poco hasta conseguir tener una clase médica mal pagada, peor considerada y ya con cierta frecuencia abofeteada. No es de extrañar, por tanto, que el hiato de los médicos españoles con su SNS se haya hecho cada vez más grande y sean cada vez más los médicos que emigran o multiplican su actividad en los distintos sistemas de salud que nuestro país ofrece buscando una mejor remuneración. El problema de fondo es que en los puestos de mando de la sanidad están ministras como ésta o consejeros como, por ejemplo, lo que hemos tenido en Andalucía en la últimas décadas, profesionales de poco o ningún calado y prestigio en su sector que han accedido a su puesto como premio político sin capacidad de gestión real ni liderazgo en este campo, y a los que les parece bien que un ministro o un consejero gane la misma miseria que un médico. Yo me hago siempre la misma pregunta: ¿a cuántos de estos ministros de Sanidad o consejeros de Salud los ha fichado la empresa privada por su capacidad gestora tras terminar su papel en lo público? A ninguno de los que yo he conocido, desde luego. Mientras la sanidad siga siendo un juguete político, seguirá estando en manos de incompetentes que ven evidente, como esta ministra, que el sueldo de los médicos debe ser tan bajo como el suyo. Siempre suponiendo que no esté mintiendo, o que en su ineptitud sea capaz es de no saber ni lo que ganan los médicos. Que todo es posible.
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