Milagro en calle Bolivia
INTRUSO DEL NORTE ·
No salió en procesión la Virgen del Carmen, pero se encarnó en dos nacionales en PedregaSecciones
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INTRUSO DEL NORTE ·
No salió en procesión la Virgen del Carmen, pero se encarnó en dos nacionales en PedregaEra noche de noche lunera. Hablábamos de Ferreras o de la repoblación de Tolox, o quizá del cine quinqui o del sexo de los ángeles. Óscar llevaba el libro distópico de Elías Cohen y yo comía tajadas de cerdo en el Tony Shoarma por darle vida a la Amstel. Suave era la noche. Hubo quien se acunó en la conversación, durmió y un VTC se lo llevó a casa. Yo recuerdo que estábamos hablando del Dniéper y de Crimea, y sí, era suave la noche y nadie nos llamó a héroes o a testigos de héroes
Con el copazo a medias, se oye un grito en la madrugada, en esa zona de calle Bolivia que tan bien conocen Juan Cano y Agustín Rivera. «Se muere, se muere»... ese grito de una madre que transciende generaciones e idiomas. Óscar, a mi vera, vio que la puerta estaba bloqueada porque necesitábamos el operativo -la intentamos desbloquear- y, de repente, confiamos en Dios. Arriba Martina se moría entre que no llegaba la ambulancia.
Pero se hizo el milagro. El milagro pasado por Ávila y sus fríos y sus reacciones rápidas y eso de ángeles custodios que tiene la Policía. Rubén Segura y Óliver Gómez no dudaron cuando vieron que la parca se paseaba por Pedregalejo. Jamás vi tanta sangre fría, tanta valentía en una casa -yo la vi- que parecía prologar un velatorio con un catafalco blanco. Allí uno y otro pusieron el alma, la vida, en insuflar vida a Martina. Recuerdo que cuando el 112 me dijo las maniobras básicas, en sus hombros ya lloraba de vida Martina.
Vino la ambulancia, consagró que Martina se había salvado y que respiraba y que hasta dormía con ese calor de los bebés en las noches más cálidas. Se fue la ambulancia, quizá consagrando un milagro en calle Bolivia. Rubén y Óliver, con el coche en doble fila, salieron mucho después, que es labor de la Policía Nacional devolver la calma al escenario donde se presentía una tragedia.
Y todo quedó en calma como en un poema de Lorca. En la hoja de servicios de Rubén y Óliver quizá consignaran un operativo de RCP -si hay vergüenza, asignatura nacional- y durmieran tranquilos. Yo les dije que el heroísmo tenía un precio, y que por mis narices lo pagarían.
Yo les dije -Juan Cano mediante- que ese heroísmo no iba a quedar así. Les aplaudimos, los padres de Martina les aplaudieron desde el balcón. Tenían como misión una pufa de 50 napos y a Martina la volvieron a traer al mundo, a este mundo tan raro en que será feliz con mascarilla o sin ella.
Los agentes aguantaron la lágrima en el aplauso, y, con mascarillas, sugirieron «tomad otra a su salud (de la niña)». Y brindamos. Y jamás me supo mejor el ron cola en las prisas entre calle Bolivia y mi casa.
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