No es la primera vez que en estas páginas escribo sobre la lucidez del artista Rogelio López Cuenca, que esta semana recibió el reconocimiento de la escena cultural independiente con el Premio Moments, al tiempo que inauguró en el Ateneo la exposición 'Malagana', con creadores ... locales de otras generaciones que se unen a su reinterpretación de la ciudad. El genio nerjeño lleva muchos años poniendo a Málaga y su desarrollismo frente a su espejo, despojado de filtros y maquillaje, con una visión que lejos de incomodar debiera hacer reflexionar, esa práctica casi desaparecida en estos tiempos de instantaneidad e inmediatez. López Cuenca actúa como un imprescindible contrapeso cultural en el que refugiarse cuando ese desarrollismo alcanza una velocidad fuera de control, como ocurre casi siempre.

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En la entrevista de la periodista Regina Sotorrío publicada el pasado viernes, López Cuenca llamaba la atención sobre la necesidad de que la clase política «sea capaz de decirle a los ciudadanos no lo que quieren oír sino lo que habría que hacer» y, al mismo tiempo, alertaba sobre los riesgos del 'overtourism', un término que se refiere a aquellos lugares saturados turísticamente como consecuencia de exceder su capacidad de carga en busca de un mayor crecimiento o beneficio. El 'overtourism', por tanto, pone el foco en el hecho de que ese crecimiento lastra el desarrollo de la propia comunidad. Venecia, Dubrovnik, Praga y Barcelona son ejemplos de este impacto, destinos de referencia que están muriendo de éxito.

Málaga aún no sufre los efectos de ese 'overtourism', pero quizá sí experimenta síntomas que invitan a repensar la ciudad. El problema no está en el turismo, sino en un modelo de gestión que primaba la cantidad frente a la calidad. Y precisamente en la World Travel Market de Londres, la principal feria de turismo del mundo, se comenzó a escuchar con reiteración el mensaje de la necesidad de reenfocar el turismo en la Costa del Sol y Andalucía. La sostenibilidad ya ha adquirido condición de reto urgente, además de convertirse en un mantra que comienza a arraigar en los viajeros. Siempre existirá el turista que comienza con un vino blanco en el desayuno y sólo quiere sol y pescaíto bueno, bonito y barato, pero la realidad es que el perfil está virando hacia preferencias más enfocadas hacia las experiencias, la naturaleza, la gastronomía y, sobre todo, la conectividad. Es un buen síntoma que la Costa del Sol quiera huir de ese 'overtourism' y aspire a una oferta de calidad que trascienda lo teórico y se asiente sobre un estándar de mayor poder adquisitivo y, por tanto, menos masificado.

Y en este contexto, Málaga afronta un desafío extraordinario: convertirse en el epicentro de una gran metrópolis que apunte hacia la construcción de un entorno urbano amable para el residente y atractivo para turistas, profesionales y nómadas digitales. Pero la capital ya no se puede entender sin Torremolinos, el Valle del Guadalhorce y Rincón de la Victoria, una metrópolis con un potencial enorme como destino para vivir y trabajar.

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Esas fronteras municipales deberían difuminarse hasta consolidar un territorio urbano conectado y preparado para los nuevos criterios de movilidad, residencia, consumo y trabajo. Cártama Estación, por ejemplo, está a diez minutos del PTA (Málaga Tech), a 21 minutos de la playa y el aeropuerto, a 34 minutos de calle Larios y a 43 minutos de Marbella, con viviendas unifamiliares a precios asequibles. Y eso para un trabajador extranjero supone un lujo, aunque para algunos malagueños parezca el extrarradio. Y lo mismo se podría decir de otros lugares.

El futuro pasa por concebir no sólo este área metropolitana, sino toda la Costa del Sol como una megalópolis capaz de transformarse en un destino para vivir el futuro. Y para ello será necesario tomar conciencia de la urgencia de inversiones para que esos objetivos de sostenibilidad no queden sólo en palabras, ideas o chapas en las solapas y pasen a la realidad.

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La metrópolis Málaga debe interconectarse con medios de transporte públicos y tejer una red de servicios mancomunados capaz de responder a las nuevas demandas de la ciudadanía. Y, además, convencerse de construir un modelo formativo y educativo capaz de dar respuestas a un mercado laboral que sobre la base de la industria turística, la tecnología, la construcción y el sector agroalimentario construyan una gran ciudad para vivir. ¿Cómo se hace todo esto? Quizá, como dice López Cuenca, sea preciso «no esperar a que alguien nos dé las soluciones, las soluciones tenemos que hacerlas nosotros; no hay más remedios que soluciones colectivas». Pues eso.

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