Andamos tan justos de memoria, de conocimiento de lo que fuimos, que a menudo patinamos con la Historia. Casi siempre por ignorancia, con frecuencia por bravuconería y no son pocas las que ocurre voluntariamente con la insana intención populista de agitar a las masas y ... tender una visceral cortina de humo sobre lo que de verdad importa. Pregúntenle, si no, al presidente mexicano y esta polémica absurda de exigir perdón a España por el sanguinario método de Hernán Cortés desde que entró por Cozumel hasta la batalla de Otumba. Y ahí, claro, ha prendido rápida la mecha del antimperialismo, aunque los hechos en cuestión se remontaran a hace 500 años cuando las cosas de Estado se discutían con la espada, claro que sí, como luego la Revolución Francesa se dirimió con la guillotina o, en fin, el estalinismo resolvió la disidencia rebanando cuellos en los sótanos de la Lubianka o en frescas estancias en Siberia.
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El mayor favor que podríamos hacernos todos para evolucionar como especie y, de camino, facilitar la convivencia, es acercarnos a nuestra Historia con la mayor información posible, con todo el sentido crítico del mundo y, eso sí, sin ponerle coto a la perspectiva del tiempo. Porque cuesta creer que un personaje como López Obrador, primer ministro de un país con problemas actuales tan severos como el horror feminicida en el que se ha convertido Juárez o el poder omnipresente del narco en las cuestiones esenciales del territorio, tenga como prioridad un desagravio visto con los ojos de ahora.
El presentismo, esa tentación perversa de analizar los sucesos históricos en comparación con el tiempo que nos ha tocado vivir, puede dar lugar a errores de bulto y a una prueba inmisericorde de maldad o analfabetismo. Entre otras cosas, porque las comparaciones no tienen límites y, puestos a disparatar, podríamos llevar el asunto hasta Atapuerca y reclamarles a los habitantes del apacible pueblecito burgalés una disculpa pública por el ritual de canibalismo infantil que se practicaba hace 800.000 años a la altura del yacimiento de la Gran Dolina.
Así que será mejor aproximarse en los ratos libres a los manuales de Historia, a la visión científica de nuestro pasado. Evitaremos así otros despropósitos como el sucedido en Málaga con Villa Maya, ya saben, la casa donde don Porfirio Smerdou, cónsul honorario de México en Málaga en el 36, refugió a casi 600 personas de ambos bandos durante la Guerra Civil, lo que le valió el sobrenombre del 'Schindler' español. Ahora Villa Maya ha caído víctima de la piqueta y ahí anda De la Torre intentando arreglarlo con medallas póstumas. Lo dicho, leamos Historia, por favor. Aunque sólo sea por no ver a Don Porfirio llorando en la 'Noche triste' de Tenochtitlán.
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