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En 1497, Pedro de Estopiñán entró en la vieja ciudad abandonada, la antigua Rusadir fenicia, destruida por disputas entre los reinos de Fez y Tremecén, y Melilla pasó a depender del Ducado de Medina Sidonia y, a partir de 1556, de la corona española.
En ... 1774, el sultán Ben Abdallah anunció la ruptura unilateral de los tratados de respeto y buena vecindad y su intención de tomar por la fuerza y expulsar a las poblaciones de Ceuta y Melilla. Ante ello, el Rey Carlos III le declaró la guerra, y el 9 de diciembre las fuerzas hostiles pusieron sitio a Melilla hasta marzo de 1775. La ciudad resistió y el ataque fue rechazado.
En 1981, los ayuntamientos de Ceuta y Melilla pidieron el cumplimiento de la transitoria quinta de la Constitución que dispone textualmente que «Las ciudades de Ceuta y Melilla podrán constituirse en comunidades autónomas si así lo deciden sus respectivos ayuntamientos mediante acuerdo adoptado por la mayoría absoluta de sus miembros y así lo autorizan las Cortes Generales». Debido a dubitativos complejos y veladas presiones los estatutos de autonomía de Ceuta y Melilla no se promulgaron hasta el año 1995.
Con la aprobación del Estatuto de Autonomía de Melilla (Ley Orgánica 2/1995), Melilla es de derecho Ciudad Autónoma al igual que Ceuta. A diferencia de las comunidades autónomas, no tienen asamblea legislativa autonómica propia.
Como es sabido, Marruecos reivindica la soberanía sobre ambas ciudades norteafricanas, basando su pretensión en los propios por los que España lo hace con Gibraltar. Los sucesivos gobiernos de España, así como Ceuta y Melilla, han rechazado ampliamente esta demanda al considerar que son parte integrante de España desde antes de la existencia del reino marroquí que no es otro que el Sultanato de Marruecos en el siglo XVII, mientras que Gibraltar es un territorio de ultramar o colonia, estatus que se estableció en el Tratado de Utrecht, sin que nunca haya sido parte integrante del Reino Unido. Gibraltar, al contrario que Ceuta y Melilla, se encuentra en la lista de territorios a descolonizar de la ONU.
En la actualidad, Melilla, con sus aproximadamente 85.000 habitantes, es uno de los motores económicos de la región del Rif, debido a su condición de puerto franco y al más que notable volumen de intercambios comerciales. También es un enclave muy importante, dados los flujos migratorios de población africana hacia la Unión Europea. Ambas -Ceuta y Melilla- son no sólo ciudades españolas, sino plazas de gran valor estratégico, cuya defensa y permanencia ha sido larga y constante y llena de sacrificio. Saberlo, tener en cuenta la realidad y actuar con la necesaria responsabilidad en defensa de los inequívocos intereses de España y las acertadas razones que a ello asisten, no siempre es de dominio público. Es más, no siempre Madrid -ese Madrid mayestático referido al gran centro de gobierno, influencia y decisión de España sobre su integridad política, estratégica y territorial- tiene conciencia de todo ello.
La decisión política de las direcciones de Ciudadanos y Vox de presentar sus candidaturas en Ceuta y Melilla es sin duda libérrima, pero es dudoso que lo hayan hecho con suficiente conocimiento de causa. También en ambas plazas, aunque más en Melilla que en Ceuta, el PSOE mantiene una posición política que a veces pone en riesgo esa cierta estabilidad que debiera ser irrechazable, por mor de obtener victorias electorales. Hay un pacto de Estado no escrito al que se han sumado los grandes líderes de nuestro país en todo momento, a partir del instante en que se han concienciado de la necesidad del mismo y de la realidad social, política y estratégica de Ceuta y Melilla. Sin embargo, cada vez que se produce la irrupción de nuevos responsables en gobiernos o partidos, hay que esperar a que comprendan qué es lo que está realmente en juego para que actúen en consecuencia. En tanto se cometen auténticos errores de bulto cuyos efectos no siempre tienen marcha atrás.
El llamativo desarrollo de la votación y proclamación del nuevo Presidente de Melilla, único diputado-concejal de Ciudadanos en la Asamblea, sus apoyos y el desalojo de la primera fuerza, no anuncia precisamente estabilidad. La salvaguarda de los intereses superiores de España pasan por decisiones más elaboradas y de mayor altura de miras. Las actuaciones espontáneas o las íntimas ansias de grandeza de un político desconocido con escasos apoyos, cuyas instrucciones partidarias decidió desobedecer en el último minuto, son juegos malabares que Melilla no se puede permitir. Los que tienen que tomar cartas en el asunto saben que les compete, hay que esperar que también sepan ya de qué se trata, en qué país viven y qué es lo que nos jugamos. No se puede llegar tarde.
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