Medio siglo con síndrome de Down (pero todavía en la cima)

Si algo he aprendido en estos 50 años es que la edad y la discapacidad no son más que etiquetas. Etiquetas, eso sí, que conllevan una gran cantidad de estigmas que, en muchas ocasiones, nos restan oportunidades. En este momento de la vida sé que lo que realmente importa es lo que llevamos dentro, las ganas de seguir aprendiendo cada día, de aportar y de demostrar que no hay límites cuando se tiene voluntad. Es cierto que cumplir años nos va dejando algunas arrugas y que la discapacidad puede ponernos más trabas que un atasco en hora punta, pero no es menos cierto que la experiencia es un grado, y vaya si lo es. A mis 50 años siento que he acumulado vivencias únicas, he conocido a gente extraordinaria de la que he aprendido muchísimo y he desarrollado una gran seguridad en las conferencias y charlas que doy en las empresas y centros educativos, siempre consciente de lo mucho que aún me queda por aprender. ¡Y qué alegría poder decir que sigo aprendiendo a mis 50 años!

Supongo que aún habrá quien crea que una persona con síndrome de Down y con mi edad ya debería estar pensando en jubilarse, en irse a la playa a ver las olas y dejar pasar el tiempo. Pero sinceramente, yo no estoy para eso, ¡ni mucho menos! ¿Que si me gusta la playa? Pues claro, como a todos, pero también me gusta seguir dando caña en las empresas, en las aulas y en cualquier lugar donde pueda seguir demostrando que la inclusión es mucho más que una palabra bonita. Es una realidad que todos deberíamos vivir y promover. Y yo tengo la suerte de hacerlo en mi día a día como consultor de la Fundación Adecco. Entidad que, por cierto, también está de aniversario: en este 2024 cumple 25 años, nada más y nada menos. Un cuarto de siglo trabajando por la inclusión laboral de las personas que más lo necesitan.

A las empresas que siguen teniendo dudas sobre si contratar a una persona con discapacidad o a un profesional sénior, les diría que suelten lastre, que dejen atrás miedos e inseguridades. Que se atrevan. Porque si hay algo que tenemos las personas con discapacidad y, encima, con unos cuantos años a nuestras espaldas, es adaptabilidad. Hemos pasado por más obstáculos que un atleta olímpico y aquí seguimos, en la carrera, con la cabeza bien alta y el corazón lleno de ganas de seguir adelante y de demostrar ese talento tantas veces silenciado. Solo hace falta que nos den una oportunidad. Estoy seguro de que no se arrepentirán de hacerlo.

Así que, queridos amigos, os pido que no dejemos que la edad, la discapacidad ni ninguna otra etiqueta sean excusas para apartar a ninguna persona del mundo laboral. Todos tenemos algo valioso que aportar, y la diversidad no es solo una cuestión de justicia, sino de inteligencia y de competitividad. Por suerte, muchas cosas han cambiado en estos 50 años y se han logrado grandes avances en esta materia. La sociedad y cada vez más empresas son conscientes de que el verdadero valor está en las personas y en su capacidad para superar cualquier reto que la vida les ponga por delante. Tenemos que seguir avanzando en este camino de diversidad e inclusión. Y si, además, lo hacemos con una sonrisa, mejor que mejor.

A por otros 50, ¡y que nada ni nadie nos pare!