Este verano soy más intruso que nunca. Acaso porque me han privado del mar y me/me han puesto a contar la calor que hace ... en la España que hay más arriba de la Cuesta del Romeral, donde según dice Nacho Alcalá ya, en dirección sur, llega el olor a salitre. Soy un cantor de la calorina, que anda matando eso de la España vacía. He visto en ese aprendiz de río que es el Manzanares a gorriones medio infartados y con el pico abierto, los pobres. He visto también lo que es la Meseta ardiendo y eso que llamaban la combustión de las turberas. España es Sáhara y no es Escandinavia, y mientras antes lo sepamos, antes nos dejaremos de populismos y de chorradas.

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Echo de menos el mar, aunque también me mandaron a la Malvarrosa, donde Manolo Vicent y el tito Gasparet: es el mismo mar, pero no es lo mismo. Acaso porque mi mar está muy restringido y es el que hay frente a mi ventana, el que huele a espeto, a chancla y a felicidad. Donde el Moe acababa el punto a las sardinas y donde mi hermano Sergio y yo nos bajábamos en las cálidas horas de febrero.

Esta ora marítima que escribo hoy es necesaria, porque hay una nostalgia de esas aguas mías a las que quizá bese en septiembre, cuando los efectos de la Pfizer me bajen y las musas me quieran un poco más. Amo el mar porque odio el verano, porque la vida me ha llevado a una ciudad donde se extraña a Filomena y en la que desde San Juan al día de La Victoria, todos los días son terral y los pantanos -perdonadme madrileños- no son un consuelo, y eso que nadando llegué hasta la parte de Cebreros, que es ya zona de Ávila y donde nació Adolfo Suárez y donde cuenta Cela en sus 'Apuntes carpetovetónicos' que hay buenas aguas y mejor vino, de pitarra, que le llaman por esa zona.

Voy por calles saharianas extrañando esa cala mínima que hay junto a los Astilleros Nereo, donde el Mediterráneo se refresca y se riza, y donde en el teletrabajo pude escribir algunas prosillas y algunos cuantos editoriales. Mis sandalias van llenas de polvo mesetario, que se mete desde la uña del dedo gordo a las habitaciones últimas de la sangre.

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Con el calor igual he fallado a mis amigos, o igual mis amigos me han fallado, pero las meninges ardiendo impiden que piense en algo parecido al perdón. Y en eso tengo referentes: Pedro Sánchez, Simón y toda esa gallofa. En definitiva, lector, tengo una morriña de mi mar que me está matando y que no logro consolar con el oleaje de los orfidales. Todo eso habrá que controlarlo cuando llegue el salitre y nos cure. Y espero que todo esto sea mucho más temprano que tarde por el bien de todos.

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