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Al Goya le han dado el Marisol. Porque Pepa es mucha Pepa. Es la inocencia con la infancia robada, ese gorgorito con alma con una canción que era pegadiza y en una película que era mala y tenía una enorme fotografía.
Marisol es Gades y es 'Interviú', y es el barrio de la Victoria, los Goyanes con sus explotaciones dickensianas a niños prodigio y Marisol reluciente por la calle de Alcalá o en El Pardo. Al Goya le han dado el Marisol, y en esto hay una justicia poética después de que la Academia, siempre, le tirara más al polemista que a la artista. Porque frente a la tiranía de los premios está ahí Marisol, con esa belleza frágil y ese tironazo de rabia con la que se casó en Cuba y se retiró de las farsas del mundo.
Marisol nos dice desde su ostracismo buscado que son vanas las glorias del mundo, que hay mucha tramoya, que en Hollywood y en Alicante se cuecen habas que se comen unos pocos, bien untados y subvencionados aquí por el erario público, que es un ente que está y que parece que no existe, como un montador o un plano secuencia de Hitchcock.
Yo conozco a Marisol por amigos comunes y a Joselito por llamadas confidenciales y ambos son lo más nuestro: la voz de un canario flauta y la belleza cristalina de una niña que nos hacía creer, aguantando las lágrimas de la nostalgia, que en España siempre era Noche de Reyes. Nos despertamos y cuarenta años tarde le quitamos a Franco los honores con honores.
A Marisol, fuera de las vanidades de las instagramers, se le recuerda en aquella película de Camus, 'Los días del pasado', donde se cuenta sin contar, o contando con música de García Abril, toda la justicia poética que hay en Pepa Flores. Yo sé que 71 años no son nada, que es febril la mirada, y errantes las sombras en el barrio del 'Chupitira', con sus Martes Santos y sus ídolos de barro.
Marisol es nuestra conciencia silenciada que al final habló y se convirtió en nuestra musa después de que en las películas del neorrealismo francofloclórico nos tuvieran vestidos de faralaes mientras que nos curábamos los últimos sabañones, el último enfisema o los últimos de Filipinas. Marisol puso el pezón, esa paloma tímida que creo que dijo el gran Gasparet, para darnos la paz y la palabra. En su recuerdo quizá esté el mejor Serrat, aquel que daba temblor de patio del Pueblo Seco a una taranta que se cantaba en 'polaco'.
El cine, a veces, se mueve por unas corrientes que nos reconcilian con lo que fuimos. De José Luis Garci a Marisol, a la que rezábamos cantando mi primo Juanito Sánchez Parra y yo en las noches del 'Single'.
A Marisol hay que quererla... aunque ni se llame Marisol ni nos creamos al cine español así, en su conjunto. Y mejor que no vaya a recoger el Goya y que plante con un par a esa cofradía del postureo que llaman Industria, Academia y demás.
Marisol sí trajo la democracia.
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