El Papa soltó en una reunión con 200 obispos italianos que en los seminarios no deben aceptarse homosexuales, porque hay «demasiado mariconeo», y poco después se disculpó diciendo que no pretendía ser «homófobo»'. Llegaron críticas (desde dentro y desde fuera, unas por progresista y otras ... por retrógado) de 'uy, uy lo que ha dicho', como si fuera algo terrible, cuando lo único que había hecho era manifestar con sinceridad lo que pensaba, un lujo que al parecer un Papa no se puede permitir.
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¿Cómo incluir a los gays en la Iglesia? Pues está francamente difícil en esa cuadratura imposible del catolicismo entre el pecado, el sexo (siempre pecaminoso), la orientación sexual, el celibato, la tolerancia, el respeto y el amor al prójimo. Sería fácil criticar las palabras del Papa Francisco, pero, sinceramente, en el contexto de la Iglesia católica, no creo que se le pueda definir como homófobo, sino más bien como todo lo contrario. Es un tema que le preocupa y ha hecho varios intentos para ayudar a cambiar la consideración de los gays: desde su '¿Quién soy yo para juzgarles?', a plantear una bendición a los matrimonios gays civiles o recomendar a los padres que acepten a sus hijos homosexuales tal y como son. El problema es que lucha en casa contra un sector que parece que ve mejor la hipocresía de mirar hacia otro lado, porque de lo que no se habla, es como si no ocurriera.
En esto la iglesia es como una de esas viejas familias en las que puedes hacer lo que quieras siempre que nadie se entere, porque lo importante es guardar las formas y que parezca que se siguen haciendo las cosas igual que toda la vida. Es difícil ser 'infalible' como se le presupone al Papa, en tiempos de redes sociales, pero al menos él intenta cambiar lo que cree que está mal.
Hay polémicas que empiezan descontextualizando una idea aislada y criticándola a muerte, sin querer ver que es más importante defender con honestidad una causa justa, aunque sea metiéndose en jardines, que seguir el guión siendo un hipócrita. La Iglesia tiene una oportunidad de cambiar que será difícil que se repita. Ya sabemos que no va a ser bendiciendo el desfile del Orgullo, pero se agradecería mucho una dosis de realidad y de apertura. Si a la Santa Sede le resulta demasiado moderno su jefe supremo, el Papa Francisco, siempre puede seguir a las cofradías, que en esto llevan la delantera. Allí la integración se ha hecho de forma mucho más natural, con tolerancia al viejo estilo: sin mencionarlo, pero de buen rollo. Algo es algo.
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