No me caben dudas acerca del buen euskera que practica día a día Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso. Pero dudo que, a partir de ahora, sus discursos parlamentarios, en euskera claro, sean traducidos al castellano con la misma contundencia que él ha ... sido capaz de transmitir durante décadas. En menos de tres semanas lo comprobaremos en el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo. Ese día se levantará un telón, técnicamente muy complicado, que permitirá que doce millones de ciudadanos escuchen cómo suena su lengua propia en la Carrera de San Jerónimo.

Publicidad

La pelea por reivindicar el propio idioma alcanzó todo su volumen en la democracia. Tras la cooficialidad proclamada en la Carta Magna, artículo 3, se ha desarrollado nuestra realidad plurilingüe mediante sucesivas leyes. Por ello, se entiende que formaciones nacionalistas e independentistas exigieran como condición para apoyar a la nueva presidenta del Congreso, Francina Armengol, que se hablen esas lenguas en la Cámara baja. El líder del PP, bilingüe en un buen gallego, dice no entender tal necesidad. Sin embargo, la medida no es nueva: el Senado modificó en 2005 su reglamento para permitir este uso lingüístico en las sesiones de la Comisión General de las comunidades autónomas, y en 2010 realizó una nueva reforma para su uso durante el debate de las mociones en pleno, para la presentación de iniciativas en castellano y en las demás lenguas.

Durante el franquismo, la lengua castellana jugó un papel fundamental en la construcción del Estado, en detrimento de las lenguas regionales, que se vieron relegadas. En aquel entonces, 1937, se hizo viral el ejemplo de una multa de 250 pesetas a un ciudadano residente en San Sebastián, por haber tenido una conversación telefónica desde el hotel Europa «en dialecto catalán», según el atestado policial. Y años después el ministro Manuel Fraga Iribarne enfatizaba en una entrevista: «¡Hay que decir español y no castellano! El español se ha transformado en la lengua de España».

Con el tiempo se aceptaron esos 'dialectos' como propios de la vida cotidiana en diferentes regiones. La pelea por reivindicar el propio idioma tuvo su culmen en la democracia. Tras la cooficialidad marcada por la Carta Magna, se fue desarrollando nuestra realidad plurilingüe mediante sucesivas leyes. Los castellano hablantes perderán, eso sí, los matices apasionados del discurso de algunos padres de la patria sujetos a partir de ahora a traducción. Lo cierto es que, en ese hemiciclo, cual Torre de Babel, se auguran buenos tiempos para los traductores, intérpretes y fabricantes de pinganillos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad