Siempre hay mucha gente en las calles de la Semana Santa de Málaga, varios cientos de miles, pero aún hay más en la ciudad que optan por escapar de la ciudad o simplemente por no participar de esta celebración entre religiosa y popular. Y ocurre ... algo similar con el resto de las fiestas que a lo largo del año tienen lugar especialmente en las calles de un centro histórico convertido en el epicentro de todos los eventos populares. Es decir, hay citas para todos los gustos, con el añadido de miles de visitantes, nacionales y extranjeros, que llegan atraídos no sólo por la oferta cultural y de ocio de la ciudad sino también, y de ello poco se habla, por la forma que tenemos aquí de vivir y disfrutar. Aquí, en este rincón del sur de Europa, adoramos el sol, la calle y la gente como expresión, quizá, de un clima privilegiado y de la impronta de tres mil años de historia.
Pero también los hay a los que no les gusta nada. Nada de nada. Y en su legítimo derecho se expresan cabreados, como esas personas que hacen de la vida una permanente queja. Nada está a su gusto, ni lo estará. Resulta evidente que la convivencia en una ciudad genera incomodidades y también damnificados de las aglomeraciones, los ruidos o las incomodidades propias de cualquier festejo. Las administraciones deben ser sensibles con ellos y buscar soluciones imaginativas para paliar esos efectos, sin olvidar, claro está, que en todos los entornos urbanos se generan estos problemas.
La realidad es que es un privilegio vivir en Málaga y que poco a poco se está convirtiendo, si no lo es ya, en una de las mejores ciudades del mundo para vivir y para trabajar. Y basta darse una vuelta para comprobar que los malagueños disfrutan de su ciudad, de su centro histórico, de las terrazas de sus bares, de los paseos marítimos, de las playas y, simplemente, de la calle. Como dice Javier Recio, no hay nada más triste que una calle vacía, y parece que algunos querrían eso, calles vacías, terrazas vacías, bares vacíos, en lo que sería una aspiración imposible. Dudo que esas personas no paseen, no se sienten en una terraza o no contraten un piso turístico cuando viajen. Quizá ellos son allí, en otras ciudades, lo que no quieren aquí.
Hay una corriente que repite aquello de que el centro histórico se ha convertido en un parque temático. Y habría que preguntarse qué significa eso. Y si realmente es malo o bueno. Porque el casco antiguo de las ciudades es lo que sus ciudadanos quieren y por la afluencia de personas no parece que se hayan equivocado.
Y ocurre igual con el mantra de los barrios abandonados. Porque la realidad, incluso con las encuestas, es que los malagueños también están satisfechos con sus barrios. Claro que se pueden mejorar, como todas esas reformas que todos deberíamos, el que pueda, hacer en sus casas. Huelin, Teatinos, Pedregalejo-El Palo y otros tantos están también llenos de vida.
Y por lo que respecta a la Semana Santa se puede considerar un buen ejemplo para refrendar todo esto. La de 2023 ha sido un éxito en todos los sentidos, ayudada por el buen tiempo y la ausencia de lluvía.
El recorrido oficial ha madurado, ha corregido errores y se ha adaptado a las necesidades y da la razón a sus promotores, liderados por Pablo Atencia y Pedro Ramírez. Era imposible un cambio de tal magnitud, tanto en el propio trazado como en las infraestructuras de sillas y tribunas, sin algunos errores a corregir. El esfuerzo de la Agrupación de Cofradías a la hora de afrontar este reto es digno de elogio, sobre todo porque los principales obstáculos los han encontrado en el propio seno del mundo cofrade y en muchos casos por cuestiones que nada tenían que ver con el cambio de recorrido. Ha habido mayordomos que detenían los tronos justo en el paso de personas para así dificultar la movilidad. Con eso está todo dicho.
Ha habido criticas feroces que, por las formas, perdían la legitimidad del fondo. El cambio de recorrido era imprescindible por dos motivos principales: el antiguo era literalmente ilegal por la inseguridad ciudadana, con las responsabilidades que de ello se podía derivar, y porque era necesario poner orden en ese chiringuito en el que se había convertido el trapicheo de sillas e instalaciones.
Cada año que pasa el recorrido oficial está más integrado y va camino de asensarse en el universo ciudadano y cofrade. Aunque a muchos no le guste leer esto.
Luego hay que levantar una bandera en favor de las cofradías por su labor como dinamizadoras sociales, solidarias, culturales y patrimoniales. Hoy todas las cofradías cumplen un papel trascendental en el entramado ciudadano.
Y la hostelería es verdad que tiene una misión compleja a la hora de gestionar las terrazas en medio del bullicio y las aglomeraciones, pero salvo excepciones se puede afirmar que realizan un esfuerzo por adaptarse a todas las exigencias. Quizá habría que contribuir entre todos a defender este sector estratégico de la economía malagueña y evitar, como intenta una minoría ruidosa, que se demonice a los hosteleros y sus negocios.
Habría que hacer algo tan sencillo como mirar y vivir la calle para comprobar que la mayoría de los malagueños es feliz en su ciudad, consciente del privilegio y la suerte de vivir aquí.
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