![Las líneas rojas de la política... y de la vida](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/03/25/web_Sur_3-marzo-26-kKsF-U1901000165131P0B-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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Quiero creer que José Bernal, candidato del PSOE a la Alcaldía de Marbella, estará arrepentido de lo que dijo en el pleno municipal de esta semana, cuando en medio de un rifirrafe dialéctico con el PP se refirió al reciente fallecimiento del marido de la ... alcaldesa, Ángeles Muñoz, con la siguiente expresión: «Qué bien os ha venido». Con esta frase venía a decir implícitamente que la muerte de Lars Gunnar Broberg beneficiaba a los populares en el camino hacia las elecciones que se celebrarán el 28 de mayo.
Gunnar Broberg estaba implicado junto a su hijo –hijastro de la alcaldesa– en una trama de blanqueo de capitales procedente del narcotráfico tras una investigación desarrollada por la Audiencia Nacional. Su procesamiento estaba, sin embargo, en suspenso porque el juez consideró que su grave enfermedad –desde hacía dos años– le incapacitaba para defenderse. Este caso ha protagonizado la actividad política de Marbella en los últimos meses porque la oposición liderada por Bernal considera que Ángeles Muñoz debe dejar el cargo por la presunta implicación de su marido en los hechos. El PP, por su parte, respalda la candidatura de Muñoz al entender que ni ella ni el Ayuntamiento habían tenido relación con esos hechos. El propio juez, en dos autos, recoge que ningún funcionario ni el propio Ayuntamiento han tenido implicación alguna con los investigados.
Otro concejal socialista, José Ignacio Macías, ha definido en Twitter a Muñoz como «la viuda del narco», frivolizando la pérdida de un ser querido, reduciendo ese dolor a un hashtag: #laviudadelnarco. Al margen de la lógica confrontación política, e incluso asumiendo que las acusaciones sobre su marido y su hijastro han dejado a la alcaldesa de Marbella contra las cuerdas, cabe preguntarse cómo es posible llegar a utilizar la muerte de alguien, del familiar de una compañera de corporación, como arma arrojadiza. Estamos acostumbrados a que los plenos acaben convertidos en lodazales, pero hay límites que ningún político, ni nadie en cualquier otra profesión, debe traspasar.
Utilizar la muerte de alguien para debilitar al oponente o para socavar su imagen es una de las cosas más rastreras que pueden verse en política, por mucho que ésta lleva años sumida en una espiral de violencia verbal que parece no tener fin. Nunca hay que acostumbrarse a los insultos ni al acoso, aunque como sociedad hayamos adquirido una preocupante tolerancia a las faltas de respeto. Lo hemos visto con Irene Montero, a quien han atacado en varias ocasiones por ser pareja de Pablo Iglesias, soportando comentarios machistas y repulsivos incluso desde el atril del Congreso.
Es muy desalentador que hayamos alcanzado este nivel de deshumanización, que los enfrentamientos ideológicos o los procedimientos judiciales cieguen hasta el punto de no ver a quien tenemos enfrente. La empatía se ha convertido en una excepción, por eso resultan emocionantes gestos como el que hemos visto también esta semana en la Asamblea de Madrid, donde todos los diputados de los grupos parlamentarios, desde Vox a Unidas Podemos, desde el PP al PSOE y Más Madrid, recibieron con una ovación a una parlamentaria que se reincorporaba tras sufrir un ictus. Es una pena que no sea la tónica general.
La sociedad debe ser inflexible con aquellas agresiones que vulneren los principios y valores que deben regir cualquier comportamiento público y diría que incluso privado, sobre todo por una cuestión de higiene colectiva y salud democrática. Desde el PSOE tratan de echar balones fuera asegurando que Bernal no se refería a la muerte del marido de la alcaldesa cuando pronunció aquella fatídica frase, pero la respuesta no puede quedarse en un intento de eludir responsabilidades. Es algo parecido a lo que ha hecho el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, cuando esta semana ha sido cazado haciendo una peineta a una diputada socialista al salir de un pleno: su equipo alega que fue un gesto involuntario, una posición de dedos casual. Pero cuando la evidencia es tan grande sólo cabe pedir disculpas. Todos podemos cometer errores.
Ahora que está próxima la campaña electoral deberíamos concienciarnos de la necesidad de anteponer el componente humano a cualquier batalla política. Es cierto que vivimos en un ecosistema mediático y político condicionado por las redes sociales, por la superficialidad y por la necesidad de mensajes directos, contundentes e inmediatos, pero también lo es que los propios representantes públicos y los propios periodistas debemos tener muy claro cuáles son los límites.
Habría que preguntarse si la sociedad necesita este modelo de acción política capaz de polarizar la convivencia hasta convertirla en una guerra permanente por la cual el fin justifica cualquier medio. Aún estamos a tiempo de recuperar elementos prioritarios en nuestra forma de relacionarnos, como la capacidad de ponernos en los zapatos de otros, antes de que el ambiente que destila la necesaria conversación pública termine por ser irrespirable.
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