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Pedro Sánchez lo ha vuelto a hacer. En una nueva exhibición de su condición de animal político ha conseguido una investidura que parecía imposible, aunque para ello haya tenido que retorcer todas las líneas rojas del Estado de Derecho e incluso algunas éticas y morales. ... La frase repetida insistentemente de que «hay que hacer de la necesidad virtud» se ha convertido en el nuevo leitmotiv del presidente del Gobierno, con la que además quiere justificar todas las contradicciones y mentiras que la hemeroteca le arroja a la cara cada día.
Pero no hay que engañarse: la estrategia y la forma de actuar y de ser de Pedro Sánchez está respaldada y avalada por millones de españoles, además de los propios militantes y cargos públicos del PSOE. Sánchez es una suerte de Mourinho que hace ganar a su equipo de cualquier forma y eso, al final, es lo que vale.
Porque la derecha y todos los indignados con Pedro Sánchez caen en un error de percepción que intentaré explicar. Para muchos resulta indignante, inconcebible y hasta humillante que Sánchez pueda pactar con Puigdemont, con Rufián o con Otegi, pero resulta que para otros millones de españoles resulta tan indignante, inconcebible y humillante la mera posibilidad de que Vox pueda gobernar. Y eso es lo que no termina de ver el PP, que debería asumir que nunca llegará a la Moncloa mientras exista Vox. Y la razón es que a Feijóo le resultará imposible conseguir apoyos a un acuerdo en el que esté Abascal.
La izquierda, incluso la más moderada, ha comprado el relato de que vale cualquier cosa –incluidos la amnistía o los indultos– antes de que Vox pueda llegar al Gobierno.
Es verdad que Pedro Sánchez ha puesto al Estado de Derecho y a la separación de poderes al borde del abismo –como dicen y denuncian todos los estamentos del Poder Judicial– y que llega a la presidencia maniatado por el independentismo catalán hasta el punto de parecer una marioneta en manos de Puigdemont, Rufián y los demás, pero también es cierto que Sánchez sabe moverse en ese terreno embarrado mejor que nadie. Él sabe que el poder es un superalimento con el que no sólo alimentarse a sí mismo sino a todos los demás, incluida a Yolanda Díaz, cuya desbordante alegría por la investidura certifica que, aunque resulte paradójico, se siente más cercana al reelegido presidente socialista que a sus socios de Unidas Podemos.
El reelegido presidente sabe que no hay mejor fórmula que darle a cada uno lo que pide para que, luego, todos le den a él lo que ansía.
Y esta es la política que vivimos y que hemos elegido democráticamente. La legitimidad de estos acuerdos y de todos los partidos representados está fuera de toda duda, así que la derecha haría bien en dejarse de lamentar y configurar un nuevo proyecto adaptado a los tiempos y a un electorado dispuesto a cambiar el modelo de país.
Porque aquí cada uno ve el partido desde su silla. Tan legítimo es que alguien quiera que Cataluña sea independiente como aquellos a los que les gustaría terminar con el estado de las autonomías, por ejemplo.
Quiero decir con ello que sería un error –y hasta antidemocrático– resistirse a las decisiones de una mayoría legítima, por perversas que puedan parecer las decisiones que se tomen en nombre de esa mayoría, como hace Sánchez, que ha encontrado en Vox la justificación a cualquiera de sus delirios. Dentro de unos días nadie se acordará de la amnistía. Eso es una realidad.
Lo único que falta por saber es cómo gestionará Sánchez la insaciabilidad independentista y hasta dónde nos llevarán todas esas concesiones, qué pasará con la pretensión del referéndum secesionista y cómo afectará la desigualdad económica en los territorios. Hoy ni todos los españoles somos iguales ante la Ley ni tenemos los mismos derechos, pero eso no parece importarle a la mayoría y mucho menos a los que gobiernan y a los que sustentan a ese gobierno.
Al final, como siempre, no pasa nada. Aunque muchos tengan la sensación de que por tensar tanto la cuerda del Estado de Derecho ésta se acabará rompiendo. No estaría mal, al menos, que se pusieran a gobernar de una vez por todas para la mayoría y, también, para el futuro, porque España parece estar inmersa hoy más que nunca en una eterna campaña de marketing en la que lo importante no es lo que ocurre sino lo que parece que ocurre.
La ciudadanía está dividida en dos grandes bloques condenados a no entenderse. Y más aún porque a los que mandan les interesa que no nos entendamos.
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