Sr. García .
CARTA DEL DIRECTOR

Teruel existe, pero Málaga también

Algo falla cuando la legítima pero simple entrada de un partido regionalista permite pervertir los principios de proporción e igualdad. Por eso al nuevo Gobierno habría que pedirle, además de que salde las deudas pendientes en materia de proyectos, sentido de la justicia territorial

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 11 de junio 2023, 00:01

Se acerca otra campaña electoral, y con ella el riesgo de ensanchar la grieta que desde hace años distancia a la ciudadanía de la política. Esa desafección no tiene una sola causa, pero sospecho que el incumplimiento de los compromisos electorales constituye una razón de ... peso para que cada vez más personas desprecien la política y se sientan alejadas de esta labor, por otra parte imprescindible para construir una democracia sana y robusta, a prueba de populismos y mesianismos. Parece comprensible esta lejanía; en cualquier otro trabajo, ignorar los objetivos y las promesas tiene consecuencias inmediatas, pero en política olvidar lo anunciado sale barato, incluso rentable.

Publicidad

En Málaga volveremos a escuchar compromisos como el tren a Marbella, la desaladora en la Axarquía, la regeneración de los Baños del Carmen o la rehabilitación del antiguo colegio de San Agustín como biblioteca pública, entre otros proyectos, algunos presupuestados y otros directamente olvidados pero que en cualquier caso, por unas razones u otras, no terminan de materializarse. Habría que recordar que cuando las promesas se incumplen de manera sistemática se convierten en deudas. Y el Gobierno central, con independencia de qué partido esté al frente, tiene demasiadas deudas contraídas con la provincia.

Es una situación extensible al resto de Andalucía, la comunidad autónoma más poblada del país, que no recibe el porcentaje del presupuesto estatal que le correspondería. Está claro que en el Congreso gana quien más ruido hace, y en Andalucía la ausencia de ambiciones independentistas y de partidos regionalistas nos cuesta dinero. Resulta paradójico y triste, porque parece que el Gobierno premia a quien da problemas. Andalucía no amenaza la unidad del país, nunca lo ha hecho y, de hecho, diría que ejerce un papel fundamental en la cohesión de España, pero a cambio suele recibir humillaciones basadas en viejos estereotipos que deberían haberse enterrado hace ya muchos años. El Ejecutivo central, y ha ocurrido tanto con el PSOE como con el PP, se olvida a menudo de Andalucía mientras mima en exceso a otras regiones con tal de acallar furias nacionalistas y evitar pulsos territoriales.

¿Qué sentido tiene, a qué equilibrio responde, que Teruel, una provincia totalmente respetable pero con menos población que Marbella, haya sido nombrada decenas de veces en el Congreso en los últimos años mientras que el nombre de Málaga apenas se haya escuchado? Algo falla cuando la legítima pero simple entrada de un partido regionalista permite pervertir los principios de proporción e igualdad y hasta el sentido común. Por eso al nuevo Gobierno, sea cual sea, habría que pedirle, además de que salde las deudas pendientes en materia de proyectos, sentido de la justicia territorial. Porque se habla mucho, y me parece necesario, de la justicia social, pero diría que en un estado de las autonomías como España esa justicia social debe construirse, sólo puede construirse de hecho, desde la justicia territorial.

Publicidad

Ojalá en la próxima legislatura consigamos entre todos, e incluyo a los medios de comunicación, rebajar el nivel de crispación, reducir la polarización y volver a darle sentido a la política, devolverle su vocación de servicio público. No existe democracia real sin la protección a las minorías y sin pluralismo, pero ese principio fundamental ha de convivir con la defensa de los intereses generales. Es un equilibrio complicado pero necesario, y en este país hemos caído ya demasiadas veces en el error de vender el Parlamento, permítanme la licencia, a quienes tienen la llave de gobierno. Pero, como ocurre con la crianza, no se trata de atender más a quien más protesta sino de exigir sentido común en las reclamaciones, y eso pasa por los principios de proporción e igualdad de los que hablábamos antes.

También me parece preocupante que, de forma paralela a la desafección de muchos, crezcan los discursos de odio en una dirección y en otra. La política es el arte de gestionar el dinero público con cabeza, de alcanzar acuerdos que beneficien al máximo número de personas posible, de garantizar el Estado del bienestar por el que tanto lucharon las generaciones anteriores, de ayudar a los más débiles y de confrontar ideas desde la argumentación. Es cierto que las ideas derivan en ideologías, y esto no es necesariamente negativo siempre que esas ideologías no sirvan como trinchera para estrechar el campo de visión, lanzar ataques al enemigo y esconderse, como ocurre ahora.

Publicidad

No sé en qué momento perdimos la mesura hasta convertir la política en un lodazal donde todo vale: insultar a quienes no piensan como nosotros, creernos jueces antes incluso de que los juzgados dicten sentencia y elevar la voz hasta escucharnos sólo a nosotros mismos. Parece evidente que estamos asistiendo a un cambio de ciclo evidenciado por la desaparición de Ciudadanos y el hundimiento de Podemos, partidos cuya irrupción ha tenido luces y sombras. A falta de saber qué depara el 23J, sería deseable que fuéramos capaces de reconciliar a la ciudadanía con la política y de reclamar algo tan simple como el cumplimiento de las promesas que estas semanas escucharemos de manera incansable. Y, por pedir que no quede, que el nombre de Málaga se escuche más a menudo en el Congreso. Porque también existe.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad