Sr. García .
Carta del director

No hay que tener una opinión de todo

Hay principios y valores inquebrantables, debe haberlos y debemos defenderlos, pero más allá de eso también estamos hechos de contradicciones y de dudas

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 8 de octubre 2023, 00:05

Cuentan que, al cruzarse con el entierro de un niño, el filólogo Antonio Tovar sólo pudo pronunciar cuatro palabras: «No estoy de acuerdo». A veces resulta difícil, cuando no innecesario, decir mucho más. Estos días se ha hecho viral una intervención del periodista Juan Soto ... Ivars en el programa 'Espejo público', donde rehusó opinar sobre el terrible incendio de las discotecas de Murcia en el que murieron trece personas. «No tengo nada que decir. Cuando sucede una cosa como ésta, a los medios se nos lleva por delante el sensacionalismo», espetó el tertuliano, cuyas declaraciones han corrido por las redes sociales entre muchas alabanzas y algún reproche.

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A Soto Ivars hay que aplaudirle la valentía de ejercer la autocrítica desde dentro, una práctica que los medios de comunicación deberíamos frecuentar más. A veces cometemos errores, como ocurre en cualquier trabajo. Y entonces la salida no puede ser otra que disculparse y aprender la lección. Pero claro que pueden decirse muchas cosas sobre una tragedia como la sufrida en Murcia; los medios tenemos la obligación de pedir explicaciones para medir el alcance de las responsabilidades políticas, empresariales o administrativas, si las hay. Es más, diría que ese control periodístico constituye una pieza fundamental para destapar escándalos, esclarecer sucesos o depurar competencias. Lo hemos visto muchas veces a lo largo de la historia, y ese papel ha sido, es y será la tabla de salvación de este oficio, por encima de cualquier cambio.

Pero es cierto que los riesgos de equivocarse, de caer en la frivolidad o el amarillismo, aumentan cuando nos adentramos en el terreno de la opinión, no digamos ya del entretenimiento. Y si además esa opinión se expresa desde la inmediatez, sin elementos que la sustenten, el peligro de desbarrar acaba siendo casi insalvable. A esto hay que sumarle, sobre todo en el caso de las televisiones, el problema que supone la espectacularización de la actualidad. Hay asuntos que no pueden estirarse más allá de mostrar el desacuerdo que expresó Tovar delante del féretro de aquel niño, temas que deberían resolverse con una muestra de dolor, indignación, compasión o simplemente pena. No hay más, no cabe más. El periodismo consiste en hacer todas las preguntas necesarias para conocer la verdad, y eso únicamente tiene un freno pero habría que respetarlo siempre: cuando no hay respuesta posible.

Informar sobre sucesos y dramas personales o colectivos es una obligación, incluso podríamos decir que tiene un fin social más allá de su evidente interés público: contribuye a la construcción de la empatía, recuerda que la vida es finita y despierta conciencias. Pero hay noticias que no pueden estirarse porque su prolongación, en una noria de tertulias y opiniones, acaba pervirtiendo no sólo el interés informativo sino esa aspiración de utilidad social.

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No hay que ser nostálgicos: la imposición de la inmediatez en la publicación de noticias ha supuesto uno de los mayores avances mediáticos de los últimos tiempos. A diferencia de lo que ocurría hace años, ahora podemos conocer los hechos en tiempo real, y eso supone un adelanto irrenunciable. Pero todas las monedas tienen su reverso; para construir una opinión no sólo es necesario tener a mano el titular de lo que ha ocurrido, sino saber su contexto, el trasfondo si lo hay y los diferentes puntos de vista. La información puede ser inmediata, porque además es susceptible de ser alimentada conforme tengamos más datos, pero la opinión requiere cierto reposo, una reflexión que parece incompatible con la prisa, con la necesidad de tener un juicio sobre algo en cuanto pasa. Y esa precipitación es caldo de descrédito, de desafecto hacia los propios medios, algo que ninguna sociedad puede permitirse en plena era de fake news. Los medios deben ser el faro al que acudir cuando no sepamos distinguir entre una imagen real y otra creada con inteligencia artificial, entre un bulo y una noticia, entre la información institucional e interesada y la verdad.

La opinión, además, tiene mucho de plastilina, incluso de juego. Alguien podría defender una tesis e inmediatamente después su antítesis sin despeinarse. Todo depende del lugar en que se coloque, de los zapatos que se ponga ese día. Tampoco es necesario tener una opinión sobre todo lo que ocurre, y mucho menos que esa opinión sea siempre una roca inamovible. Claro que hay principios y valores, debe haberlos, pero también estamos hechos de contradicciones y de dudas. Hasta de silencios, a veces mucho más oportunos que cualquier palabra.

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