SR. GARCÍA
Carta del director

La política volátil

Los contenidos, las ideas y los programas en la campaña electoral quedan relegados ahora por las emociones y las percepciones, capaces de aupar o destruir a un candidato en cuestión de horas. Un mal gesto o un rictus inoportuno puede tener más impacto que cualquier discurso

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 16 de julio 2023, 00:01

Hoy todo puede cambiar. Nada parece consistente en una campaña electoral como la que estamos viviendo. Y quizá porque mandan las emociones y las percepciones por encima de las ideas o los programas. Se trata de persuadir al electorado y en esa tarea, ya se ... sabe, lo emotivo es lo efectivo. Y cuando se trata de sensaciones todo se vuelve volátil e intangible. ¿Por qué un político cae bien o cae mal? La carrera hacia el 23J es hoy un descenso por aguas bravas en el que puedes estar arriba y cien metros después hundido en las profundidades.

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Algo de esto le pasó a Pedro Sánchez en el cara a cara con Alberto Núñez Feijóo, en el que nada ocurrió como se esperaba. El candidato del PSOE llegó con unas expectativas altísimas, como si fuese a redondear la faena de los días anteriores, cuando salió triunfador de su ronda de entrevistas televisivas y radiofónicas. Muchos creían que terminaría de darle la puntilla a su oponente del PP y comenzaría un ascenso imparable hacia la cita electoral. Pero no ocurrió así. Todo lo contrario. Pedro Sánchez pasó los cien minutos más angustiosos de la campaña y salió trasquilado y, lo que es más duro, con su orgullo dañado. El narcisismo tiene esas cosas: cuando el espejo no devuelve la imagen que se desea uno cae en el desconcierto.

Quizá Pedro Sánchez se estará preguntando aún cómo es posible que pasara lo que pasó. Y por ello se afanó en recalcar durante su comparecencia tras la cumbre de la OTAN que es un político «con principios y fuertes convicciones». Con ello intentaba explicar lo ocurrido en el debate y, lo más llamativo, con cierto aire de pesadumbre. Por primera vez, en la mesa frente a Feijóo, se lo vio acorralado.

Y no debe de ser fácil sentirse contestado no sólo por sus oponentes, por el electorado que no le vota y, lo que debe ser peor, por muchos de los suyos. Y no debe ser fácil para una persona como él afrontar ese revés y verse en el centro de todas las críticas. España, además, es un país en el que gusta hacer leña del árbol caído, aunque Sánchez aún no lo sea. Ni mucho menos.

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Enfrente estaba Feijóo, que salió reforzado de su combate dialéctico, en el que muchos vieron en él lo que todavía no habían visto. Es evidente que tantos años como presidente de una comunidad autónoma como Galicia curten. Porque en el debate se vio a un político con experiencia y que supo salirse de las cuerdas y llevar la iniciativa en el cuadrilátero político.

Es verdad que eran tan bajas las expectativas que no extraña ese halo triunfal. Sánchez se lo puso fácil, pero también es cierto que Feijóo acertó con los golpes. Ocurrió como en el boxeo, cuando el púgil favorito no se sobrepone de un golpe certero en los primeros asaltos y empiezan a sacudirle las dudas. Cuando se pierde la iniciativa luego es difícil recuperarla, y menos aún con golpes tan desconcertantes como sacar a relucir temas como el de «que te vote Txapote» o los vuelos del Falcon.

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Pero todo es tan volátil y efímero que nada se puede dar por resuelto. Y menos aún en el ambiente de nerviosismo al que estamos asistiendo. Hay una escalada emocional en el que todos buscan el efecto definitivo y eso les hace cometer errores. Como el de Yolanda Díaz apelando ni más ni menos que a la censura periodística. O el de Santiago Abascal enzarzándose en disputas estériles con la prensa.

Vamos a asistir en la última semana de campaña a una loca carrera en busca del más difícil todavía y eso nos puede ofrecer situaciones esperpénticas. Y más aún porque ciertos medios están entrando en este circo como si se estuvieran jugando más de la cuenta. Hay veces que a algunos medios y periodistas se les ve demasiado enfadados con el devenir de la campaña, hasta el punto de casi regañar en antena a su candidato preferido. Fue realmente curioso, por no decir otra cosa, ver a periodistas salir de chiqueros como miuras tras el debate a defender a su elegido. Muy triste.

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Harían bien muchos medios y muchos periodistas en dar un paso atrás y no actuar como la infantería de los candidatos. Nunca he creído que un periodista deba estar en una trinchera que no sea la del propio periodismo.

Hoy más que nunca los medios somos como la aldea gala en el imperio de la desinformación y de los contenidos interesados. Por eso debemos asumir la responsabilidad de aportar rigor y veracidad en este mundo emocional y seductor en el que, desgraciadamente, nada es lo que parece, muchas cosas son verdades a medias y otras tantas directamente falsedades.

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