![El invisible camino hacia la igualdad](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2024/03/09/carta-director-kG3H-U2101773333253saE-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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Es verdad que en el camino hacia la igualdad plena entre las mujeres y los hombres en España se han dado muchos pasos en los últimos 50 años, pero es cierto que a diario también se dan muchos pasos atrás que ralentizan un proceso complejo ... y con enormes dificultades por la permanente negación de lo obvio. Aún hay muchas personas que se resisten a admitir la realidad, que no es otra que las permanentes situaciones de desigualdad y abusos que a diario sufren muchas mujeres a manos de los hombres, pero también por parte del propio sistema e incluso amparadas por otras mujeres. Y no me refiero sólo a la violencia machista o a los crímenes que muchos podemos tener en la mente, sobre lo que no existe ninguna duda, sino a situaciones cotidianas en el entorno familiar, social o laboral que bajo la apariencia de bromas, cariños o jerarquías esconden agresiones de mayor o menor intensidad. No es una exageración, ni mucho menos, afirmar que el día a día de una mujer en comparación con el de un hombre es una carrera de obstáculos, soportando esos micromachismos de los que muchos se suelen reír aunque tengan muy poca gracia.
Alguno o alguna puede pensar que todo esto es una exageración –el argumento preferido de esos negacionistas– e incluso puede llegar a ser comprensible si en su entorno vive un ambiente de respeto e igualdad, pero al mismo tiempo debiera saber que, si es así, es un privilegiado. O una privilegiada. También puede ocurrir que esas personas vivan en una permanente ficción por el hecho de que no se den cuenta de la anormalidad de muchos comportamientos. Es decir, que asuman como lógicas situaciones de desigualdad. Y eso, me temo, es lo más habitual. Esa invisibilidad del machismo es una de las grandes armas de los que niegan, que se apresuran en calificar de tontas, ridículas o, aún peor, de histéricas protestas o quejas justificadas. Esa red de incredulidad que el machismo teje alrededor de la igualdad es tan frustrante que muchas veces desata la ira como único antídoto a la culpabilidad. Esa es la gran trampa.
Por supuesto que en esta lucha, en esta defensa del feminismo, hay errores y posiciones radicales que, en vez de contribuir a los cambios culturales, lo entorpecen. Porque hay que asumir que esos posicionamientos provocan una reacción no sólo en muchos hombres que se sienten agredidos sino, incluso, en muchas mujeres. Pero eso se debería percibir sólo como una anomalía, como una excepción, en esta travesía en la que la meta no se divisa siquiera a lo lejos. Hay que ponerse también en el lugar de esos chicos jóvenes y también de algunos adultos que se sienten agredidos porque no se identifican con el perfil de machistas. Ellos, precisamente, son una de las palancas sobre las que apoyar el gran cambio cultural.
Porque uno de esos pasos atrás de los últimos años ha sido, precisamente, la división del feminismo y esa especie de contienda frentista que más que unir en torno a una causa ha provocado bandos absurdos, porque si hay algo claro en el feminismo es su transversalidad. Cuando alguien pone el grito en el cielo por una cuota, por un plan de igualdad o por el reproche a un comentario o a un chiste con apariencia inocente demuestra que su cabeza está aún en el epicentro del machismo, como un troglodita paseando hoy por calle Larios.
Quizá el mayor gesto que un hombre sensato puede hacer en favor de la lucha feminista es no sentirse permanentemente atacado por el simple hecho de que ellas digan basta ya. Basta ya a que su vida pase permanentemente por el tamiz del hombre, porque la verdadera conquista, al margen de la erradicación de cualquier tipo de violencia, no es que hombre y mujeres sean iguales, con las mismas oportunidades, derechos y obligaciones –eso es obvio– sino que la mujer pueda vivir con absoluta libertad sin que permanentemente sea juzgada, escudriñada y examinada por el hecho de ser mujer.
Más que un techo de cristal hablamos de una red invisible que, como una tela de araña, pretende inmovilizar a la mujer y evitar así cualquier cambio. Eso es así.
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