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No, como se han podido imaginar por el titular, no voy a utilizar el artículo de este domingo para escribir la carta a los Reyes Magos. Al margen de que es un recurso demasiado fácil, la realidad es que la venimos escribiendo cada semana del ... año, con insistencia y reiteración. No hace falta una encuesta, y mucho menos el CIS de Tezanos, para saber que la vivienda y la movilidad son los grandes dolores de cabeza de los malagueños, pero sus majestades, lamentablemente, no traen ni promociones de viviendas ni carreteras ni trenes. Una pena.
Lo más llamativo –al menos para mí– de estos últimos días ha sido la defensa que el alcalde de Málaga, Paco de la Torre, hizo de la industria turística en su mensaje de Navidad. No es que sea una novedad, pero en los últimos meses dio la impresión de que el primer edil de la ciudad titubeaba a la hora de expresar una apuesta nítida y decidida por el turismo que él mismo impulsó hace ya más de 20 años. Sus idas y venidas a la hora de regular las viviendas de uso turístico, eso de que hay que ponerle una alfombra roja a los hoteles, el discurso hueco de que hace falta un turismo de calidad y no tanto de cantidad –aunque luego celebran los récords de visitantes y turistas– generaron cierta confusión porque no se sabía bien qué era realmente lo que quería transmitir. Mi opinión es que las dos manifestaciones celebradas en 2024 por la crisis de la viviendas generaron mucha intranquilidad en el regidor y trató de apaciguar ánimos a toda velocidad, con más prisa que sosiego, quizá sin calibrar el impacto de sus declaraciones y sobre todo de sus decisiones.
En su discurso de Navidad, sin embargo, fue tajante: hay que defender el turismo porque es la mayor fuente de riqueza de esta ciudad y porque sin esta industria no habría sido posible desarrollar la Málaga cultural y tecnológica. Por fín una declaración sin complejos.
Ello no significa, como hemos escrito en este periódico cientos de veces, que no haya que regular todo lo relativo al turismo para evitar que el riesgo de la masificación se convierta en una realidad. Y no sólo las viviendas turísticas, siempre utilizadas como cabeza de turco por los políticos, sino también las terrazas de hostelería, los cruceros, los eventos populares y cualquier otra actividad que tenga impacto en la ciudad.
Lo mismo hizo –aunque en él algo habitual– el presidente de la Diputación, Francis Salado, que además introdujo con claridad el riesgo de la turismofobia, que, nos guste o no, se va extendiendo entre determinados sectores y, especialmente, entre los más jóvenes. Sería conveniente una labor de divulgación sobre el impacto positivo del turismo en la economía de Málaga y, en general, de cómo hay que adaptarse a los nuevos modelos urbanos, amenazados en todo el mundo por el encarecimiento de la vivienda y la masificación. Es verdad que puede resultar incómodo pasear por una ciudad abarrotada de visitantes, pero es el precio de ser, porque Málaga lo es desde hace tiempo, una ciudad turística.
Salado y De la Torre también reclamaron sin complejos la construcción de nuevas presas y, en especial, la de Cerro Blanco. Resulta absurdo que una infraestructura clave para la protección y defensa de las ciudades frente a las lluvias torrenciales y para almacenar agua, como son las presas y pantanos, tengan el sambenito de 'franquistas'. Si hubiera existido esa presa no se habría inundado el bajo Guadalhorce y si no se contara con la de Casasola la dana habría arrasado Málaga. Así de sencillo, aunque algunos no lo quieran ver.
De lo que se trata, al fin y al cabo, es de gestionar los intereses de Málaga sin complejos y con la determinación de que no se puede contentar a todo el mundo todo el tiempo. Hay que atender a los que se sienten perjudicados, pero no se puede administrar intentando siempre contentarlos y silenciarlos.
Lo que resulta evidente es que el consenso casi absoluto de hace unos años ha desaparecido y ahora los gobernantes de las diferentes administraciones tienen que aprender a gestionar frente a la crítica y una oposición ciudadana capaz, gracias a la tecnología y a las redes, de organizarse y hacerse oír. De su capacidad y habilidad para que prime el bien común sin que nadie se sienta atropellado dependerá su futuro político. La realidad es que, hoy más que nunca, y es una suerte, todo el mundo se puede expresar y defender sus intereses y opiniones. Lo que no significa que haya que darle la razón.
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