Por muchos golpes de pecho que nos demos con la solidaridad y la igualdad es evidente que queda mucho por hacer. Diría que muchísimo. «Pero si yo tengo un amigo gay», se escucha aún cuando alguno pretende disimular su homofobia. Y algo parecido ocurre cuando ... se habla de inmigración: nadie es xenófobo hasta que le ponen un centro de acogida al lado de su casa. Entonces afloran sin el más mínimo pudor prejuicios latentes que desenmascaran la realidad.
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Viene esto al caso por la intención del Gobierno de España de ubicar en Churriana, en una antigua residencia de la comunidad de religiosas del colegio de La Asunción, un centro de acogida de inmigrantes gestionado por la delegación provincial de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). La simple noticia publicada en SUR, el oscurantismo del Gobierno y el comienzo de las obras de rehabilitación provocaron que los vecinos de las urbanizaciones residenciales de la zona enviaran una carta al alcalde de Málaga, Paco de la Torre, expresando el «profundo desasosiego, preocupación y oposición» de 750 familias de la zona ante la posibilidad de que su edificio vecino acogiera a migrantes llegados de Canarias.
Escribieron incluso, negro sobre blanco, que este centro «nos deja vulnerables ante la llegada de un gran número de personas cuyo estatus y antecedentes son desconocidos para nosotros, y que estando en régimen abierto tendrán libertad para entrar y salir del centro». Vaya, que no van a estar encerrados. En el mismo escrito se llega a alertar sobre el impacto que puede tener por la cercanía del colegio concertado Los Rosales, cerca de niños y adolescentes.
Sinceramente, leído así, de golpe, uno se pregunta si esas personas a las que se refieren son migrantes vulnerables o miembros de un grupo mafioso, de esos que se instalan a lo largo de la costa. Es triste la falta de empatía con aquellos que lo único que buscan es una vida mejor, como hicieron muchos españoles cuando emigraron a Alemania, Suiza o Latinoamérica. No faltará una respuesta en la que se me diga: «Pues si tanto los defiendes, llévatelos a tu casa».
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En este mundo podemos a llegar a considerar lógico esa inquietud vecinal, pero no es bueno ni normalizarla ni asumirla. Es lógico que pidan información sobre su funcionamiento o que exijan medidas para mejorar los servicios, pero lo que no se debe hacer es, implícita o explícitamente, relacionar la llegada de ese centro con la inseguridad o la delincuencia sin base alguna.
Lo peor es que, una vez más, la política y los políticos fallan. Y lo hacen estrepitosamente. Para empezar, el Gobierno de España oculta información al resto de las administraciones públicas y a los vecinos, como cuando ordenó el traslado de un grupo de migrantes a Torrox sin avisar siquiera al ayuntamiento del municipio.
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Luego, ante el rechazo vecinal, el subdelegado del Gobierno en Málaga, Javier Salas, se pone de perfil y elude pronunciarse como si no pasara nada. «Vaya con la prensa, ya se podía haber quedado callada», pensará más de uno. Cuando se le pregunta al alcalde Paco de la Torre por la carta de los vecinos responde con el silencio, se queja de la falta de información y lanza un alegato sobre el reparto proporcional de estos migrantes por España.
Daniel Pérez (PSOE) y Toni Morillas (Con Málaga) respaldan el centro y las políticas de acogimiento bajo un discurso súper 'friendly' sin entrar en más detalles. Y Vox cumple con las expectativas y pone el grito en el cielo ante la posibilidad de que Churriana acoja a migrantes llegados de África. Nada nuevo.
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Hay que ver el miedo de los políticos a hablar con claridad cuando el asunto va más allá de insultarse unos a otros. Y sobre todo cuando pueden incomodar a vecinos y votantes. Debe ser que más allá del argumentario hay poco donde rascar.
Es una evidencia que España necesita poner orden en sus fronteras y en los flujos migratorios y que la actual ley que los regula ha resultado un desastre, pero los problemas por la entrada de migrantes irregulares –que no ilegales, porque no hay seres humanos ilegales– no puede arrastrarnos al fango de la intolerancia, la xenofobia o la desigualdad.
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No hay argumentos objetivos para rechazar un centro de acogida de migrantes y menos aún para pretender que no esté cerca de mi casa pero sí en la de otros. La verdad, guste o no, es que incomoda tenerlos cerca. «Que se lo lleven a La Palmilla», dirán algunos.
Y lo más triste es escuchar a adolescentes y niños quejarse de la presencia de tantos inmigrantes en Málaga, de asumir discursos xenófobos, de normalizar la falta de empatía de muchos escolares con aquellos que son diferentes y, sobre todo, si son negros o 'moros'. Eso es lo verdaderamente preocupante.
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Quizá deberíamos mirarnos como sociedad al espejo y asumir la cantidad de tics xenófobos que aún impregnan nuestra convivencia y que tenemos normalizados. Y a partir de ahí construir un modelo eficaz y exigente con la incorporación de los inmigrantes a nuestra sociedad, pero al mismo tiempo flexible, solidario y empático que nos permita acoger al vulnerable y a aquellos cuyo único delito es querer salir de la pobreza.
Como este problema es global, porque la xenofobia es un mal desde el principio de los tiempos, solo hay dos caminos: dejarse llevar para castigar y aislar al diferente y al pobre –nadie se ha quejado nunca de los petrodólares– o resistirse y buscar caminos diferentes que nos liberen de prejuicios y falsos dogmas. Sé que es una misión casi imposible, pero al menos, al transitar por esa aspiración, nos sentiremos un poco más humanos.
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