Sr. García
Carta del director

El beso consentido de Puigdemont

Los últimos acontecimientos en este país parecen abrir una fractura generacional e intelectual entre los que se aferran a las estructuras de siempre porque les aportan tranquilidad y quienes afrontan hasta los cambios más radicales con despreocupación y desinterés

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 10 de septiembre 2023, 00:01

Ocurrió en las pasadas elecciones generales. Y especialmente en las semanas previas de campaña electoral. Muchos ponían el grito en el cielo, por ejemplo, por la cercanía del PSOE de Pedro Sánchez con Bildu, tanto desde la derecha como desde el propio entorno socialista. Y ... más aún con la inclusión en listas de Bildu de exetarras con delitos de sangre. También hubo una permanente tensión con el independentismo catalán y con los efectos de la ley del 'solo sí es sí' y la excarcelación o reducción de penas de agresores condenados por delitos sexuales.

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¿Y qué pasó en las elecciones? Pues que los resultados demostraron que a un amplio sector del electorado estas cuestiones tan dramáticas para algunos ni les preocupan ni les ocupan. E intuyo que lo mismo pasa con la amnistía que Pedro Sánchez está pertrechando para ganarse el apoyo de Junts, con la revisión del modelo territorial y con el resto de los trapicheos con Urkullu, Otegi y Gabriel Rufián. Lo que a media España, incluidos los veteranos del PSOE, le parece un escándalo inconcebible, a la otra media le da exactamente igual.

Y, en un ejercicio de análisis, incluso podemos llegar a la conclusión de que no debe extrañarnos. Aunque pueda parecer triste e incluso indignante, para muchos electores eso de ETA les queda muy lejos, quizá porque apenas eran unos niños cuando la banda terrorista anunció el cese de su actividad armada en 2011 o, simplemente, porque carecen de información sobre el terror de aquellos años y de su relación con Bildu. Reconozcámoslo: todo lo relacionado con Bildu no le resta votos al PSOE. De hecho, no hay que olvidar que el PNV, un partido de derechas que trapichea con sus principios en cada legislatura, ve con temor cómo la izquierda abertzale puede desplazarle del Gobierno vasco.

Lo mismo ocurre con el independentismo catalán, al que muchos electores le han dado la espalda por aburrimiento o porque ven que todo es un paripé rodeado de intereses políticos y partidistas. A muchos votantes socialistas de Málaga, Almendralejo, Altea o Lugo les da exactamente igual un gobierno Frankestein, Bildu, Puigdemont, Sumar, Podemos, Iglesias o Montero y son insensibles al coqueteo con etarras o a los riesgos de la unidad territorial. Si fuésemos a la calle de verdad a preguntar por las opiniones de nuestros convecinos sobre el modelo territorial de España, a muchos les estallaría la cabeza. ¿Modelo qué? ¿De verdad alguien cree que a la mayoría de los votantes del PSOEy Sumar les incomoda el encuentro de Yolanda Díaz con Puigdemont?

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Y todo esto es, en mi opinión, una realidad que hay que asumir y que aún muchos se resisten a aceptar. Pedro Sánchez, como en su día hizo Zapatero, ha entendido a la perfección los movimientos de la calle y la forma de pensar del electorado. Y por eso navega como pez en el agua en este marasmo intelectual y ético. Y por contra, el PP de Feijóo anda perdido como un boxeador sonado porque ve que sus alaridos no encuentran eco. Se indignan por cosas de las que el vecino, y votante, literalmente pasa.

Por eso parece que este país está abocado a un beso consentido entre Pedro Sánchez y Puigdemont como símbolo de esta nueva política que para algunos debe ser un horror pero que para otros es, simplemente, el devenir de los tiempos. Seguro que en 1978 habría muchos indignados con esa nueva forma de hacer política de los González, Fraga, Carrillo o Suárez.

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Vivimos otros tiempos y hay que asumirlo, porque la realidad se mide y vive con otros códigos. Al igual que los efectos de las acciones. Basta revisar todo lo ocurrido con el expresidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales. Lo llamativo es cómo un macarra así pudo llegar a un puesto representativo tan alto y la respuesta puede ser porque estuvo rodeado, por arriba y por abajo también, de otros macarras como él. Es de justicia poética que un caso como el de Jennifer Hermoso ocurra en un mundo tan machista como el del fútbol y al mismo tiempo que todos los hechos hayan derribado prejuicios y barreras que aún muchos y muchas tienen incrustados en sus cabezas. Habrá un antes y un después de este beso no consentido y me da la sensación de que las consecuencias serán positivas, por mucho que haya quienes lo consideren un exceso. Puede ser, pero lo realmente importante es que lo que ocurrió jamás debió ocurrir y que Rubiales y todo su macarrismo deben desaparecer del fútbol.

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