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Málaga, por sí y pese al sanchismo

Nos toca más que nunca la lealtad, la felicidad y ponerle el sol a esta España que se nubla

Lunes, 6 de enero 2020, 09:50

Ahora, en un día crucial en el que podemos irnos donde picó el pavo, yo empiezo a recordar estos últimos días al sol de la democracia. Un almuerzo en 'El Macondo' con Antonio Soler y Agustín Rivera en esa esquina donde pasa Andalucía entera, de directores generales a pescadores que no saben nadar. O la sorpresa que me dieron Jesús y Ángela en 'La Fragua', cuando al Tito Miguel y a mí y a Pepe Soria -pura memoria histórica- nos sorprendieron con una pularda al oporto y con pistachos en una noche cachonda. Mis amigos saben que somatizo la política y lo peor es que duermo hasta con menos gotas de Fanodormo.

Para llegar a donde hoy estamos os diré una cosa: me subí infiltrado en un autobús de sanchistas, en otro de susanistas de Málaga a IFEMA, fui a Vistalegre y aprendí que en Cantabria había un nacionalismo que a Podemos le venía bien para el convento. También he subido a Cuelgamuros, he aprendido demoscopia y he descubierto hasta a desconfiar de mí mismo. O fui a Barcelona, origen de todo, a que me picara una pulga en el Paseo de Gracia y a cenar con indepes reconvertidos... por ventura.

Mis canas han subido del pecho a la barba, y aunque en el callejón del Paperino huele a jazmines, ni es verano, ni es Paperino, ni somos la España de las sonrisas. Con la inversión térmica voy al Torcal, fumo lo que le robo a mi madre y me pongo a tono con el mundo. Las cabras montesas miran a las grúas lejanas del Puerto, y en Antequera las banderas de España jalonan una ciudad que yo quiero: paso por delante de aquel convento donde la monja tornera que vendía chistes y vendía mantecados ya no está y no es cuestión de romper la clausura por una curiosidad.

Al final, hace uno su vida navideña a pesar de los pesares, con el teléfono apagado no vaya a ser que me manden a las puertas del Congreso a hacer de Tribulete a estas alturas de la película. Sucede que los autobuses llegan, que salió la Cabalgata, y que el anticiclón nos da la vida en coyundita meteorológica con el cambio climático para esto del 'dolce fare niente'.

En realidad, los españoles nos dimos una Constitución, la paz y la palabra y todo ha quedado en almoneda. Con todo, lo mejor es que Málaga es la primera en el peligro de la libertad y por eso, hoy mismo, tenemos el deber sacrosanto de defender la Constitución de los Rufianes, los ultras, los felones y toda esa patulea de la 'otra España que existe' (sic).

Ahora somos la gran ciudad constitucionalista del Mediterráneo. Nos toca más que nunca la lealtad, la felicidad y ponerle el sol a esta España que se nubla.

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