El Málaga C. F., como tantos clubes de fútbol, no es una empresa cualquiera. No se puede gestionar ni como una tienda de tornillos ni como una fábrica de mantecados. Al margen de la económica, hay dos circunstancias que le otorgan una peculiaridad propia: la ... enorme carga emocional, como sustento identitario y colectivo de toda una afición y un territorio, y la enorme relevancia de los resultados deportivos, algo que podríamos incluso llamar suerte. Que un balón entre en la portería o, por el contrario, dé en el poste puede ser la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre la permanencia y el descenso, entre la euforia y el drama más absoluto. Cuando las pasiones entran en la cuenta de resultados todo es diferente y también imprevisible, hasta el punto de que el ebitda o los beneficios pasan a un segundo plano.
Cuando la jueza María de los Ángeles Ruiz se hizo cargo del caso del Málaga C. F. y nombró a José María Muñoz como administrador judicial no sé si calibró la dimensión de su tarea y los riesgos que asumía porque, aunque pueda parecerle incluso injusto, implícitamente asumía responsabilidades más allá de su función de impartir justicia. Ambos, les guste o no, se convertían de la noche a la mañana en los responsables del futuro del club blanquiazul. Y ahora, irremediablemente, todos los focos se dirigen hacia ellos, por mucho que les incomode. Tienen que tomar decisiones y de manera urgente. Ellos, como depositarios de la administración de justicia, son en cierto modo responsables de que la lentitud del proceso haya llevado al Málaga a una situación de bloqueo institucional que puede, incluso, abocarle a la desaparición. Es verdad que no se les puede culpar, pero son los únicos a los que, hoy por hoy, se les puede pedir explicaciones sobre la situación del club blanquiazul.
El administrador judicial ha hecho un buen trabajo con los números, pero, visto lo visto, ha sido un desastre en el ámbito deportivo. Y no sólo por confiar en un director técnico equivocado –Manolo Gaspar– sino por creerse en algún momento que más que administrador judicial era presidente del club. El fútbol y sus focos atrapan y Muñoz quizá se deslumbró. Los elogios de Javier Tebas y de algunos presidentes le hicieron alejarse de la tarea de simple administrador judicial, temporal y coyuntural.
Porque tanto la jueza como el administrador pueden pensar ahora que su función es colateral, pero han de asumir por el bien de todos que una vez que cruzaron las puertas del club todo el peso cayó sobre ellos. Lo mejor que pueden hacer es rodearse de gente que realmente sepa de fútbol, que tenga experiencia en estas situaciones y que, además, controle las complejidades de este deporte. El futuro del Málaga C. F., cuando es colista en Segunda División, no puede estar en manos de personas voluntariosas y bien intencionadas. No cabe duda de que tanto la jueza como el administrador quieren lo mejor para el Málaga, pero han de comprender que no es suficiente y que ellos podrán saber de justicia y administración de empresas pero no de fútbol. Hay grupos muy solventes dispuestos a comprar el Málaga y a invertir muchos millones en una buena plantilla, pero la maraña judicial lo impide. Así que solo queda reaccionar mientras se resuelve un caso que puede prolongarse muchos años, demasiados.
Algo parecido ocurre con el director técnico, Manolo Gaspar: está sobrado de voluntad pero necesitado de eficacia. Es así. En el deporte nadie es algo sin la ayuda del gol o la canasta, es decir, de los resultados. Y Gaspar no consigue resultados. Hasta Pepe Mel, que parecía una garantía cargada de solvencia, se ha estrellado contra la indolencia de un equipo de jugadores que deambulan por el campo como zombis. Ahora que se echa mano de un gabinete de psicología –ni siquiera el primer día vino la número uno del equipo, dando a entender que esta ayuda es más un favor que otra cosa–, podemos decir que el Málaga no sólo está deprimido sino que es deprimente.
La impresión es que todo el club, en el aspecto deportivo, está en manos de amateurs. Demasiado toro para estos toreros. Quizá, y en esto los medios debemos entonar el mea culpa, se lanzaron las campanas al vuelo en verano y cundió la idea de que se había configurado una gran plantilla que podía aspirar al ascenso. El bofetón de realidad no ha podido ser más duro, porque –y ojalá me tenga que comer estas palabras– este equipo da pena y sus jugadores, muchos de ellos veteranos y expertos, no están dando muestras del más mínimo orgullo deportivo y del pundonor necesario para revertir esta situación.
La provincia y la ciudad de Málaga no se pueden permitir que el Málaga descienda al pozo de la Segunda B, con la tragedia deportiva que ello significa. El club, y eso depende de la jueza y del administrador, necesita incorporar a personas preparadas capaces de revolucionar el vestuario y las propias estructuras del equipo. La afición estará siempre detrás del club insuflando apoyo y no hay problemas económicos. Lo que falta, entonces, es sólo decisión, arrojo y capacidad. Y todos aquellos que no se sientan capaces de ello lo mejor que pueden hacer por Málaga y por el malaguismo es dar un paso al lado y asumir sus carencias. Cualquier otra opción, incluido me temo el tratamiento grupal por depresión que ahora pretenden presentar como solución, sería desperdiciar un tiempo que este Málaga no tiene.