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Cada día viene gente nueva a vivir a esta tierra que es acogedora por principio, porque así ha sido de manera secular, porque la generosidad forma parte del ADN malagueño. Y todo el mundo es bienvenido, aquí no existe debate sobre quién puede y quién ... no puede estar, que los malagueños nacemos donde nos da la gana. Pues bien, nunca antes en la historia tantos habían querido serlo, porque Málaga está de moda, porque aquí se vive, en líneas generales, mejor que en otros sitios, y porque hemos creado unas circunstancias económicas y laborales que facilitan la llegada de nuevos pobladores de otros puntos de España y del mundo.
Hasta 300.000 nuevos residentes se esperan, según las proyecciones demográficas, de aquí a 15 años, siempre que no lleguen antes los marcianitos o el colapso climático. Igual, bien repartidos, un poco por aquí y otro poco por allá, tendrían cabida en este cajón de sastre que llamamos genéricamente Málaga. Pero no: el 99% de los susodichos van a querer vivir entre la capital, su área metropolitana y la Costa, para ensanchar la brecha con los pueblos pequeños de la despoblación rural.
Esto hay dos formas de afrontarlo, que resumimos burdamente en dos conceptos: crecer o apelotonar. No creo que se puedan poner puertas al campo, no han servido ni en las ciudades gobernadas por los más radicales, que han hecho toda clase de experimentos con gaseosa y con dudosos resultados. Así que no queda otra que elegir si vamos a un crecimiento acompasado con las infraestructuras y los servicios necesarios... O vamos a seguir como vamos, que no es otra cosa que agolparnos, en una especie de camarote de los Hermanos Marx donde todo el mundo cabe, algo que puede ser gracioso para un rato, pero insostenible a la larga.
Crecer es ser más grandes, sin duda, pero con una dotación de agua, de saneamiento, de energía, de viviendas, de servicios sanitarios y por supuesto de transporte público y de carreteras a la medida de la población a la que sirve. Ni más, ni menos. Aquí, por lo pronto, llevamos ya algunos años que no crecemos, sino que amontonamos gente. Somos muchos más viviendo en el territorio, pero compartimos las mismas casas, las mismas vías, los mismos trenes y las mismas salas de espera de los hospitales... Y lo peor es que bebemos la misma agua que casi no queda.
La conclusión es clara: o exigimos ya las inversiones que legítimamente nos corresponden para que Málaga pueda desarrollarse manteniendo la misma calidad de vida para los nuevos vecinos y para los que ya estábamos de antes, o en pocos años aquí se va a volver muy incómodo vivir...
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