Casi como nunca, Madrid se ha situado en el centro de la escena y la expectación suscitada se ha hecho general. Es cierto que Madrid no es España, que no es toda España -no lo es-, que lo nacional es mucho más complejo y diverso - ... claro que sí-. Pero esta vez en Madrid se libra una batalla democrático-electoral cuyas consecuencias tienen todas las trazas de trascender más allá de la propia madrileña comunidad. No es sólo el hecho de que estas elecciones autonómicas sólo se celebran en Madrid -hasta ahora siempre tuvieron lugar a la vez que el resto de las comunidades sin etiqueta de históricas-, también la atención puesta es muy grande por las propias circunstancias políticas precedentes.

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El sentido común, la ausencia de complejos, la dignidad y el innegable acierto, de la mayoría de las decisiones protagonizadas por la presidenta Díaz Ayuso han roto el tablero y sus oponentes o competidores hacen un inmenso esfuerzo para encontrar las piezas y recomponer su interés. El reimplante de Gabilondo, los últimos resistentes de Ciudadanos comandados por Bal, la ácida sonrisa de Monasterio para disuadir la deserción de los suyos, la doctora García intentando encarnar una izquierda radical-moderada antitética, a ratos exhibidamente infundada y la irrupción de un Iglesias venido a menos, entre desahuciado y altivo, dominante y a veces vociferante -¡no sonría!-, en taxi amigo... Todo compone un maremágnum atiborrado de técnicas elaboradas y simples, acertadas y torpes, tácticas de autor y todo tipo de aportaciones o intervinientes ajenos con los nervios a flor de hiel.

El apoyo expreso y público de Nicolás Redondo y Joaquín Leguina a Ayuso ensombrece mucho más el rictus electoral de los que -incluso con Tezanos y su CIS- quieren llevarnos al convencimiento de que en estas elecciones, a pesar de todo, se puede sumar por la izquierda de modo suficiente. Así, el siguiente paso es buscar denodadamente ocasiones, hechos o palabras, que permitan rasgarse las vestiduras a voz en grito y cambiar la balanza, que ya es pura inercia. A más, el artículo de Fernando Savater en el diario 'El País' del 24 de abril, 'Convencido', resaltando a Isabel Díaz Ayuso y desenmascarando la coalición gubernamental que se quiere reproducir, ha sido como un jarro de agua fría en medio de una nevada, la plasmación racional de que es imposible dar la vuelta al mismísimo viento.

Quedan días, actos, teles, titulares, anuncios de medidas originales y valientes -algunas imposibles o sin voluntad de ser cumplidas-, muchas ocasiones para equivocarse, pero el objetivo se aleja. Tras el fiasco de las mociones de censura, la inesperada batalla de Madrid ha torcido la retahíla de hechos políticos relevantes de resultado favorable y esta copa no se puede ganar. Frente a la exhibida bonhomía del que se dice soso y parece no querer estar, la manufacturada frescura -entre positiva y agria- de Mónica García y la dramática impostura llena de laca en el moño 'espontáneo' de Iglesias, Díaz Ayuso expone sus razones con insultante naturalidad y sesga poses y mentiras. El día 4 es.

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