Mario Calabresi ha dirigido los diarios italianos La Stampa y La Repubblica, pero en las páginas de 'Salir de la noche', su libro recién traducido entre nosotros por Libros del Asteroide, evoca una terrible historia personal. La de cómo su padre, el comisario Luigi Calabresi, ... fue asesinado a traición por unos pistoleros tras una campaña de prensa acusándolo, sin pruebas y contra la verdad de lo acontecido, de la muerte del anarquista Giuseppe Pinelli. A la campaña se sumó un manifiesto firmado por más de ochocientos intelectuales progresistas italianos. Tampoco faltó el dramaturgo Dario Fo, que en su obra 'Muerte accidental de un anarquista' dio pábulo a la calumnia y ayudó a extenderla.
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El libro es desgarrador por muchos motivos. El policía dejó una joven viuda de veinticinco años con dos niños pequeños y un tercero en camino. Durante mucho tiempo se sintieron poco menos que unos leprosos, unas víctimas ignoradas que a medida que pasaban los años veían además cómo los violentos entre los que se reclutaron los asesinos de su esposo y padre accedían a investiduras públicas tras cumplir sus penas o beneficiarse de generosos indultos. Y no sólo eso: apunta Calabresi que en las librerías se amontonaban los títulos sobre los años de plomo firmados por antiguos terroristas, mientras que el relato de su tragedia, el de las viudas y los huérfanos de los policías muertos, muchos de ellos gente humilde, no suscitaba ningún interés a los editores ni parecía atraer a los creadores de ficciones. De qué nos sonará a algunos esa asimetría, tan llamativa y tozuda.
Leer 'Salir de la noche', con los testimonios que incluye de otras víctimas, además del propio Calabresi, en estos días en que exterroristas con delitos de sangre renuncian graciosamente a ocupar cargos públicos, resulta estremecedor y esclarecedor. Sostiene con lucidez Calabresi que las víctimas no son las que deben marcar cómo y cuándo los victimarios se reinsertan en la sociedad con pleno derecho, que eso lo deben decidir las leyes y quienes representan la voluntad popular; pero que hay gestos que entrañan tal afrenta a quienes los sufren que nadie debería aspirar a permitírselos. Frente a la idealización heroica de los «revolucionarios» se alzan las palabras de Francesca Marangioni, hija de un médico asesinado por las Brigadas Rojas: «Eran sólo unos desgraciados que llegaron a la lucha armada para redimir vidas sin perspectivas, personas pobres de ideas y de espíritu». «En definitiva», zanja sin piedad, «unos gilipollas de aúpa».
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