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Delo que hoy les quiero hablar puede depender una parte importante de nuestro bienestar personal y colectivo. Puede parecer raro, pero en esta Europa con tantas normas y donde los Estados ven tan limitadas sus soberanías en aras a la armonización, hay paraísos fiscales. Aquí no se cuestiona la sacrosanta libertad de la libre circulación de capitales, pero sin embargo nadie le mete mano a la armonización del impuesto de sociedades, cuya ausencia es causa esencial de que los paraísos fiscales aguanten en Europa como gatos panza arriba. ¿Saben ustedes como se argumenta que este disparate se mantenga?: la tributación es una de las mayores expresiones de soberanía de los Estados. Curiosamente los que apelan a este patriotismo tributario cedieron sin rechista al mandato de la Unión Europea, casi 'manu militari', para reformar la CE e imponer en el art 135 importantes limitaciones al gasto público (en la práctica, al gasto social).
Cabe entender como paraísos fiscales europeos a Luxemburgo, Bélgica, Irlanda, Chipre, Austria y Países Bajos (Holanda, para entendernos). Si amigos, el país de los tulipanes tiene un primer ministro, Mark Rutte, que se permite el lujo, con otros, de bloquear los eurobonos como deuda mutualizada para la financiación de la reconstrucción de la UE después del coronavirus. El gobierno holandés presenta a Italia, Portugal y a España como gorrones ávidos de su pasta para gastarla al capricho, pero no cuentan que su dumping fiscal atrae como la miel a las multinacionales que no tributan lo debido en los lugares reales de sus actividades, provocando que 9.000 millones anuales (según Tax Justice Network), les llegue a ellos en vez a otras haciendas europeas. Holanda ha tejido una red de acuerdos internacionales de doble imposición y de acuerdos secretos con empresas para concretar su presión fiscal (que en cualquier caso, es descaradamente baja). De esta forma, solo por detrás de las Islas Vírgenes Británicas, Bermuda y las Islas Cayman, Holanda es la campeona en este lucrativo «arte» de deslocalizar la presión fiscal en un territorio con un punto de conexión meramente virtual.
Soluciones. A falta de la deseada armonización fiscal europea, al menos que en cada Estado se potencie la transparencia y se aprueben leyes para que las empresas con actividades o filiales en el extranjero se retraten e informen de las mismas. Y para los que nos ningunean cuando tienen mucho que callar: ¡Menos lobos, Caperucita!
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