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Es curioso ver cómo los humanos pasamos a contar el tiempo cuando la vida te explota en la cara. A miles se les cayó entera ... el 29 de octubre, cuando el barro lo cubrió todo. Han pasado dos semanas, cuatro días y un puñado de horas, pero algo se paró para siempre en ese punto del calendario, y no sólo para los valencianos. El antes y el después de la DANA, y con ella el contar ese tiempo de otra manera. Llevamos desde entonces escribiendo de lo que ha llovido por fuera, pero no de lo que llueve por dentro.
Porque existe otro barro, más pegajoso y denso, que no entiende de agua, palas ni escobas, que no entiende de máquinas ni de voluntarios. Es el que destruye todas y cada una de las pequeñas cosas que dibujaban la vida de antes. El que te pone los pies en la tierra cuando aún estamos asimilando el horror de los 225 muertos y 14 desaparecidos, y de la devastación de municipios enteros.
Lo que llueve por dentro, con excepción de las vidas perdidas, va más allá de las infraestructuras, las calles, los negocios o las casas. Lo que llueve por dentro estaba en los cajones y en los armarios. En el hogar. Caí en la cuenta el otro día, cuando me saltó en redes sociales la foto de un puñado de cómics de Tintín destruidos por el barro. Eran de Fran: «Pasé muchas horas disfrutando y aprendiendo palabras e historias con estos libros de Tintín en mi infancia. Los guardaba para cuando les llegara el momento a mis hijos (...). El dolor emocional es mucho peor que el material». Fran sólo buscaba el desahogo y ahora anda buscando espacio para los cientos de ejemplares que le han llovido de todos los rincones de España.
Su caso no es el único. En estos días, también, otro aviso de un grupo de voluntarios y profesores de la Universidad Politécnica de Valencia: «No tires tus fotos familiares. Podemos salvarlas». Y de repente caes en la cuenta de las otras cosas, de las pequeñas pero también importantes: caes en la cuenta de las fotos de boda de tus abuelos, del nacimiento de tus hijos, de los primeros Reyes, de las escapadas con amigos; caes en la cuenta de los dibujos pegados con un imán a la nevera, de las cartas que nunca mandaste o de las entradas a aquel concierto que te cambió la vida. Caes en la cuenta de lo que llueve por dentro cuando te cruzas con las fotos de mi compañero Txema Rodríguez, que en estos días no ha dejado de pisar barro con su cámara, tan importante como una pala o una escoba porque con ella nos salva esa memoria. Y ves el traje de fallera de Natalia cubierto de barro, un spiderman que ha perdido sus superpoderes o la puerta de entrada a la casa de un abuelo muerto en la riada donde lucen, como homenaje, las fotos antiguas y sucias que ha colocado su nieta. El abuelo con sus nietos, el abuelo en la mili. El abuelo delante de una tarta de cumpleaños. El abuelo -y nosotros- sin saber que, al final, hay cosas que te arrancan de repente el trozo más rico del pastel y te ponen a llover por dentro.
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