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San Jordi, día del libro. Premio Cervantes, el Rey en Alcalá de Henares y los ministros con levita para conmemorar la fiesta de la lectura. Mesas redondas, debates, proclamas a favor del portentoso invento de Gutenberg. Aparecen mensajes en la pantalla del teléfono o llaman ... pidiendo recomendaciones como si este fuese el día del Juicio Final de la Lectura. Un libro por caridad, un libro para reconciliarse con los cientos de días al año sin leer una página. Saltan al ruedo los espontáneos de la lectura y vía Instagram o twitter recomiendan un pseudo best seller que ha engrandecido su anémico universo literario mientras en Barcelona los profesionales del ramo se mezclan con periodistas televisivos, arribistas, youtubers y escritores de la vieja guardia en una fiesta multitudinaria.
Todo mezclado, todo girando en la noria editorial que, gracias a la reclusión pandémica, vive un momento feliz. Agotadas las series de Netflix y la harina para elaborar pan, la ciudadanía volvió a la lectura como consuelo. Y la lectura, que es un hábito, ha arraigado -no se sabe por cuánto tiempo- en el ocio. Algunos de los que buscaban distracción se han encontrado con un espejo. Porque la literatura -aquello que se escribe y es digno de llevar ese nombre- es un espejo. Un espejo en el que el lector reconoce aspectos de sí mismo que hasta ese momento permanecían en la sombra o apenas atisbados en la penumbra del pensamiento. El juego de averiguar quiénes somos. El juego de ver en ese espejo el revés del mundo.
Un paciente juego, largo, elaborado, tan largo y tan elaborado como emocionante. Para algunos la lectura será una evasión. Un matar el tiempo. Para otros será una inmersión y un modo de ensachar el tiempo y la vida. Todo eso se conmemora hoy. Pasión, industria, conocimiento, emoción, negocio, confusión, luz, vida, todo eso sale hoy a la calle en forma de papel, de un objeto inventado hace siglos y que, dada su perfección, la ciencia no ha conseguido mejorar. Quienes vaticinaban hace un par de décadas que a estas alturas el libro de papel sería una antigualla se encuentran ahora en las manos con un libro electrónico y con el espíritu de un profeta anunciador de un falso mesías. En cualquier caso, papel o pantalla, la importancia no está en el formato sino en lo que el formato encierra. Quizá en este día de boato y chaqué la autoridad competente entre canapé y canapé debería reflexionar sobre los patéticos contenidos humanistas de los planes de enseñanza. Si de verdad quieren conmemorar la fiesta del libro, ahí es donde se encuentra el espacio para celebrar el verdadero banquete, 365 días al año.
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