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La editorial Anagrama ha decidido cancelar la distribución del libro sobre José Bretón, el asesino de sus propios hijos. De este modo se quiere zanjar ... momentáneamente la polémica surgida. Sin embargo, y a pesar del daño ocasionado a Ruth Ortiz, la madre de los niños, el debate que se ha creado es interesante en cuanto supone la colisión de lo que podríamos llamar dos virtudes. La libertad de expresión por un lado y el derecho a la intimidad, la protección, por otro.
Un equilibrio complicado e incluso contradictorio. Una indagación sobre el mal, si se realiza con talento, puede ser reveladora. La literatura se ha encargado en infinidad de ocasiones de alumbrar los lugares más sombríos del ser humano. Es más, uno diría que esa es una de sus funciones por lo que pueda tener de catarsis colectiva o elemento sanador. No sabemos si el libro que nos ocupa tiene el rigor suficiente como para justificar ese viaje a un lugar tan oscuro como el alma de José Bretón. Pero, más allá de la profundidad que el texto pueda alcanzar, el debate se ha centrado en la legitimidad moral del escritor para publicarlo.
Se ha recurrido machaconamente a dos ejemplos previos y el propio autor ha confesado tenerlos como faros. 'A sangre fría', de Truman Capote, y 'El adversario' de Enmanuel Carrère. Curiosamente, se ha omitido el extraordinario 'La canción del verdugo' que Norman Mailer escribió sobre Gary Gilmore, el asesino doble de Utah. Tampoco ha aparecido en el debate el significativo título de Carrère 'De vidas ajenas', también polémico por narrar minuciosamente la enfermedad y muerte de un familiar que justamente había sobrellevado su padecimiento con la mayor de las discreciones.
En cualquier caso, yendo al centro de la cuestión, se ha criticado a Luisgé Martín haber centrado la investigación en un único punto de vista. Mientras que Capote o Carrère reconstruyeron los sucesos de sus respectivos libros en base a un extenso trabajo de campo, Martín se ha ceñido a las confidencias que le ha hecho el asesino. Es una crítica que puede tener cierto fundamento pero no es decisiva. Entre otras cosas porque la diferencia fundamental entre los trabajos antes citados y el que nos ocupa es de un calibre mucho mayor. La diferencia está en el propio origen del crimen. Bretón mató a los niños con el objetivo de hacer sufrir a la madre de los mismos. Y el libro es una continuación de ese objetivo. Un arma en manos de Bretón para prolongar el dolor de Ruth Ortiz. No se puede olvidar que ella, la madre de los niños, era la víctima principal de Bretón. Eso es lo que Martín, más allá de la libertad de expresión, tendría que haber calibrado.
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