Dice mucho -o poco, ustedes eligen- de nuestro país que, con la que tenemos encima, hayamos convertido en asunto de debate nacional el 'caso Van Gogh'. No, no les hablo del caso Koldo o del caso del novio de Ayuso, por repartir a un lado ... y a otro, sino de la polémica enorme que se ha montado en torno al despido de la cantante Leire Martínez del mítico grupo La Oreja de Van Gogh. En realidad, el culebrón lo tiene todo para mantenernos enganchados, y no sólo a los fieles de la banda: grupito de música que convierte sus letras en los himnos de toda una generación, vocalista carismática, primera ruptura traumática que deja huérfanos a una legión de seguidores, carrera en solitario que no sale del todo bien, búsqueda de una sustituta en un programa de la tele; polémica, desaparición y redención de esa primera vocalista a la que no se olvida; competencia explícita y no siempre sana entre las dos voces del grupo y, en fin, ruptura igual de abrupta con esa segunda cantante. Sumen a eso el acelerante de las redes sociales, la nostalgia y el fenómeno fan y ya tenemos el cóctel perfecto.
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Les decía que este asunto y todo lo que ha venido después dice mucho del país en el que vivimos, porque en realidad estar con Amaia Montero (la original) o Leire Martínez (la sustituta) refleja esa pulsión permanente por tener que elegir entre las dos Españas. Que tampoco es novedad, ojo. Andamos con el foco puesto en la rivalidad que siempre ha existido entre ambas, en sumarnos a un bando o a otro, cuando los que han desafinado a lo grande han sido los cuatro miembros originales del grupo, sin calcular -y por qué no, dejando engordar- el efecto que esta ola puede tener entre las que un día fueron las que pusieron cara y voz a sus letras.
Y no sé ustedes, pero yo soy #teamLeire. No entro en la huella ni el carisma de una u otra, pero es un hecho que ella se ha convertido en el eslabón más débil de la cadena. En esta historia de (des)amor, Leire es como esa mujer que te soporta sabiendo que sigues enamorado de tu exnovia, que cuida de ti y de tus hijos y a la que vuelves a dejar en la cuneta en el momento en tu ex da una mínima señal de que puedes volver a tener algo con ella. Porque Leire nunca ha tenido su lugar: ha sido asalariada y no miembro de pleno derecho de la banda, ha luchado durante 17 años contra la sombra y las comparaciones con Amaia y, por no tener, no ha tenido ni concierto de despedida. Apenas una última canción, rota por las lágrimas en el escenario, y adiós muy buenas.
Y mientras, los cuatro que quedan -no olvidemos que no son nada sin una vocalista- viéndolas venir y suspirando por esa exnovia que también juega a esa actitud tan poco elegante de decir mucho sin decir nada. Veremos en qué queda todo, pero por el momento andamos entretenidos con esta pelea en el barro y viendo hasta dónde salpica. Admito que estaré pendiente, pero en principio lo tengo claro: tirón de oreja (aunque sólo sea una) para el grupo. Y rosas para Leire.
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