Sr. García .
Carta del director

El largo camino de la igualdad

El movimiento feminista está consiguiendo transformar el mundo en el último siglo, pero aún tiene pendiente hallar un modelo educativo capaz de influir en las nuevas generaciones

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 6 de marzo 2022, 00:30

Aún queda trabajo para alcanzar la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. La brecha es tan profunda, viene de tan lejos, que ni siquiera décadas de avances han logrado sepultar el machismo, un problema estructural que requiere no sólo políticas sociales sino también un ... cambio de actitud frente a la vida. Sacudirse una montaña de estereotipos y desequilibrios, de chascarrillos y hábitos más o menos dañinos no será, no está siendo, nada fácil. Pero la construcción de un marco de igualdad que garantice las mismas opciones a cualquier persona con independencia de su género debe comenzar con la aceptación de aquello que nos diferencia. No se trata de homogeneizar a la humanidad, porque entonces el desafío resultaría insuperable, sino de que las diferencias naturales no consoliden desigualdades. Somos distintos, eso es evidente, pero debemos tener las mismas posibilidades y por supuesto los mismos derechos.

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Si echamos la vista atrás coincidiremos en los grandes logros del movimiento feminista, que han supuesto una verdadera revolución durante el último siglo: desde el derecho al voto hasta el acceso al mercado laboral y por lo tanto a la independencia económica. Pero aún quedan importantes agujeros negros para los que no se encuentran remedios ni antídotos. La violencia machista contra las mujeres y la sumisión frente al hombre, con desigual profundidad en función de la cultura y el territorio, complican un horizonte de igualdad plena, real. Por eso el feminismo ha de concebirse como una aspiración permanente que impregne las políticas sociales, culturales, económicas y educativas.

Poco se habla de la contaminación religiosa, del freno que constituyen determinadas creencias en la travesía hacia la igualdad. Es hora de denunciar, aunque el asunto levante ampollas, que en nombre de la religión se cometen muchos de los mayores atropellos contra las mujeres, lastrando el empuje feminista. Es cierto que hay enormes diferencias entre el cristianismo, el islamismo, el hinduismo, el judaísmo o el budismo, pero en todas subyace el dominio masculino. Los líderes religiosos son hombres y las jerarquías religiosas excluyen a las mujeres. Y mientras en nombre de Dios, de Alá, de Buda o de cualquier deidad se justifiquen diferencias entre mujeres y hombres será imposible alcanzar mayores cotas de igualdad.

Hay otros retos pendientes que creo que no han sido del todo abordados, como ahondar el suelo de la mayoría de iniciativas y políticas dirigidas a vencer las desigualdades. Ocurre que esas estrategias, a veces tan cacareadas, casi nunca llegan hasta abajo del todo, hasta las capas más desfavorecidas y vulnerables de la sociedad, que se quedan al margen de los principales avances. Pero la igualdad no puede servir como maquillaje institucional, y la lucha feminista no debe conformarse con modificar la parte más visible; es necesario que vaya hasta el fondo, hasta cada último rincón.

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Quizá habría que plantearse la posibilidad de trabajar desde abajo hacia arriba, desde la educación de las nuevas generaciones hasta la modificación de estructuras que hoy pueden parecer inamovibles. Porque, aunque duela reconocerlo, el feminismo no está consiguiendo penetrar en el modelo educativo con eficacia, en el que prima, por un lado, la formación de las niñas en un modelo de confianza e independencia, y, por otro, la reprogramación de los roles y estatus de los niños y niñas respetando la igualdad y la diversidad. No es tarea fácil y mucho menos en lugares del mundo donde el mayor desafío es sobrevivir.

El mundo de la política ha demostrado la eficacia de las medidas correctoras, las cuotas y las iniciativas de discriminación positiva: la igualdad impuesta ha derivado en una igualdad real, aunque aún queden asignaturas pendientes. Por eso las mismas medidas deberían ampliarse a otros sectores como la empresa, el deporte, el emprendimiento y el trabajo. Sólo así podremos seguir subiendo peldaños de esta escalera que parece infinita. Aunque esto ya debería estar superado, me parece necesario recordar a los negacionistas que el feminismo no es un movimiento contra el hombre sino un movimiento por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres; que la violencia machista está incrustada en la sociedad, al igual que el supremacismo machista; que el mundo está pensado por hombres y por eso plantea tantos obstáculos para las mujeres. Quienes se resistan a estos cambios se quedarán inevitablemente atrás, y tal vez está bien que así sea, porque es indudable que un mundo más igualitario sería un mundo mejor.

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