A veces para desentrañar la realidad hacemos verdaderos ejercicios de credulidad-incredulidad, es una conducta cada vez más frecuente y su resultado es sensacional. Consiste en despreciar sistemáticamente la versión -digamos- más oficialista y encontrar «la conspiración» que está detrás. Desde luego, las conspiraciones existen ... y también las verdades ocultas, pero no todo suceso es necesariamente lo contrario de lo que parece, la mayor parte de las veces las cosas son como son, sin más. No se es más inteligente si se descarta la llegada del hombre a la Luna, ni si damos por buena la llegada de los vikingos a América antes que los españoles, tampoco si nos dedicamos a acuñar hechos, teorías o explicaciones, que convierten la invasión de Ucrania en un «conflicto» o que Putin es una víctima y Zelenski un verdugo.
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Hablemos claro, nadie es absolutamente inocente, no lo es Occidente ni lo es la OTAN, pero las torpezas, los errores o, incluso, las maldades de USA y el seguimiento cegato de la UE, todo ello, sin duda, es muy criticable. Sin embargo, nada de ello es suficiente para justificar la inmensa locura violenta y llena de fuego, muerte, desolación o millones de refugiados, que nos trae la guerra de Vladimir Putin.
Si la razón de esta guerra es la situación y los hechos precedentes en el Donbas, sólo habría despliegue u hostilidades en el Donbas. Pero no olvidemos que las tropas rusas ya entraron en Donetsk en 2014, ¿recuerdan, sin insignias los soldados ni matrículas los vehículos? También desde allí -el 17 de julio de 2014- se lanzó un misil tierra-aire de fabricación soviética que derribó un avión comercial de las líneas aéreas de Malasia con 283 pasajeros y 15 miembros de la tripulación. Todos murieron.
Más allá de buenos y malos, de invasores e invadidos, de crímenes -se quiera o no-, más de unos que de otros, y acusaciones cruzadas o de propaganda bélica, hay una guerra que parar. Las sanciones de la coalición USA-UE-OTAN son la puesta en funcionamiento de una reacción esperable y -digamos- normal. Pero estas medidas junto a los embargos no sólo traen graves inconvenientes para Rusia, sino para toda Europa, parece que escupimos hacia arriba y, a la vista está, no sirven para convencer a Putin. El peligro de la rusofobia o hasta el atropello de los derechos de los residentes rusos en Europa es radicalmente injusto y no es un camino ni respetable ni útil. Tampoco cruzarnos de brazos es una opción, atender las peticiones de armamento de Ucrania o acoger a los refugiados, son acciones obligadas y llenas de dignidad. No se le puede pedir a Ucrania que se rinda o evitar apoyarla con la justificación de no colaborar en la violencia o dando por sentada su derrota futura. Es hipócritamente pacifista pedir diplomacia y diálogo sin más, como piden algunos grupos políticos, retratándose a sí mismos. Pero hora es de que Occidente abra vías de negociación y mediación, sin por ello cesar en su apoyo y respaldo al país invadido, víctima de un Putin que decidió pelearse con la historia para siempre.
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