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Si realmente el Gobierno de España comunicó a las instituciones europeas su compromiso de suspender la Euroorden del magistrado Pablo Llarena, suplantando al propio e independiente Poder Judicial, empezamos a saber que nos enfrentamos a una situación seguramente más grave de lo que nunca hemos ... llegado a pensar. Algún medio de comunicación incluso apunta que existe un dudoso aviso en tal sentido de la Abogacía del Estado -que en ese caso habría mentido-; demasiado escarnio. Las noticias circulan a borbotones: Puigdemont detenido, decretan su libertad cautelar y la imposibilidad de abandonar la isla, no hay medidas cautelares y puede volver a Bruselas cuando lo desee... Tiene inmunidad por ser eurodiputado, la inmunidad le fue suspendida... Nebuloso y contradictorio pero, a pesar de las dudas y los malos entendidos, todo indica que el expresident -tras una noche en el calabozo, una más-, está en libertad sin fianza ni medidas y citado a comparecer en el mismo juzgado que ahora le suelta para el próximo día 4 de octubre. Es descorazonador, pero aún queda todo pendiente de resolución.
Tanto Gonzalo Boye, abogado del prófugo, como Jaume Asens, diputado podemita, se refirieron al episodio como un caso de «detención ilegal» por aquel chisme de que la euroorden de marras está suspendida. Sin embargo, el oficio enviado por el magistrado del Supremo, Llarena, explica literalmente que la orden de busca y captura cursada por España sigue «en vigor» y que el procedimiento judicial del que deriva «está activo y pendiente de la captura de los procesados en rebeldía». A muchos puede parecerle un auténtico embrollo político y judicial. Desde luego la reciente concesión por el Gobierno de Sánchez del indulto a los condenados por su responsabilidad en el 'prusés' no es precisamente una ayuda para aclarar en la UE nada de nada.
Entre tanto, hemos de soportar como este huido de la justicia, golpista confeso y presunto sedicioso, se deleita diciendo al salir del trullo en que ha pasado la noche que «España no pierde la oportunidad de hacer el ridículo». Cansa, agota esta constante declaración expresa de insumisión constitucional, insulto y menosprecio intolerables. Hay -qué duda cabe- una cuenta abierta de afrentas de este ciudadano, ciertamente indigno, con una gran mayoría de españoles. Somos los que nos sentimos compelidos con el «Espanya ens roba» y con el resto de las lindezas que el irredento independentismo catalán nos regala cada día, sin más fundamento que un ciego egoísmo más errado que el más acendrado terraplanismo.
Bregar a la contra con la mesa de diálogo, consintiendo día a día que se anuncie el atropello de la lengua española, por ejemplo, como en el reciente anuncio de impedir su uso en las universidades catalanas o sobrefinanciando a esta comunidad sólo porque sí, llena de indignación hasta a los más insospechados. Ese poético canto al diálogo bilateral del que Pedro Sánchez hace uso como en una oración solemne, blanda y falsa, para toda ocasión no fortalece su crédito ni su seguimiento, ello a pesar de la aritmética parlamentaria de la mayoría kitsch que hoy capitanea y que demuele vertiginosamente nuestra paciencia.
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