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Se hacen llamar las 'Kellys', abreviatura tuneada e ingeniosa de «las que limpian». Las camareras de hotel comenzaron a movilizarse hace algunos meses, hartas de unas condiciones de trabajo indignas que incluyen el acondicionamiento de entre veinte y treinta habitaciones por jornada a cambio de sueldos raquíticos que apenas superan los setecientos euros. Tienen las espaldas reventadas de hacer camas a diario. Arrastran desde hace años problemas en las rodillas y en las muñecas, desviaciones de columna y artrosis prematura, pero sobre todo les duele el amor propio cada vez que leen que al sector turístico no se le rechista, que hasta a los huéspedes maleducados hay que ponerles una sonrisa porque el cliente siempre lleva razón. Pero esa pena dura poco, lo mismo que tardan en ver que políticos, empresarios y periodistas celebramos cifras de récord verano tras verano obviando el reverso de la moneda de oro del turismo en la Costa del Sol. Entonces se rebelan, y con razón. Porque los números de nuestro principal motor económico esconden precariedad y un reparto de la tarta desigual e injusto, y pronto sabremos si también ilegal.
Comisiones Obreras prepara denuncias contra más de cuarenta hoteles de la provincia de Málaga ante la Inspección de Trabajo por subcontratar el servicio de limpieza a empresas que no cumplen el convenio colectivo de hostelería, que garantiza prestaciones y salarios decentes, que no opulentos. Amparados por la reforma laboral, algunos empresarios han decidido abaratar costes a base de externalizar el trabajo de las camareras de piso, imprescindibles en el funcionamiento del sector, un sistema que acaba provocando que estas trabajadoras ganen la mitad de lo que les corresponde. Una sentencia reciente pero no firme del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía obliga a una de estas subcontratas multiservicios a pagar a una camarera de un hotel malagueño el sueldo contemplado en el convenio provincial, como reclaman los sindicatos desde 2012. El fallo, bastante acertado, pone en un brete tanto a estas compañías como a las cadenas hoteleras que no exigen el cumplimiento del convenio.
Se ha hablado mucho de turismofobia estos meses, a menudo desde el precepto tramposo de que se trata de un sector intocable al que no se puede ni toser porque es la primera fuente de ingresos de la provincia. Flaco favor hacen al turismo quienes, despojando al debate de realidades como la precariedad laboral, son incapaces de cuestionar un modelo basado en contratos temporales que descarrila hacia la externalización de sus servicios básicos. Algunos de los empresarios más destacados del país, como Antonio Catalán, ya han arremetido públicamente contra la reforma laboral y contra los hoteleros que subcontratan la limpieza para ahorrar miles de euros a costa de recortar salarios. Saben que la auténtica defensa del turismo pasa inevitablemente por poner freno a su degradación.
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