Junto a él

Pablo era un hombre atrevido. Pienso en esta frase, en por qué la digo y en el desastre de tener que hablar de él en pasado. Desde este fatídico sábado sólo se puede escribir sobre el dolor y su pérdida. Me hundo en la memoria para organizar todas las noches en las que nos hemos visto, porque mis últimos recuerdos con él solían transcurrir siempre en cenas en las que me hacía el remolón para ver dónde se sentaba Pablo y ponerme a su lado, junto a él, porque entonces tenías asegurada una velada divertida y el privilegio de escuchar su palabra mostrándose en voz baja, que es como creo yo que mejor se conoce a las personas. En nuestra última noche le recuerdo audaz y divertido, como siempre, manejando el descaro y la prudencia, entendida como la virtud alcantariana de intentar no amargarle la vida a los demás. Por eso también era una celebración leerle y dejarse llevar por él, disfrutar de un juego con la actualidad, un territorio desde el que invitaba al lector a hacerse amigo de los nombres y de las palabras que se quedan pequeñas cuando uno pretende hacerle un homenaje o sólo relatar la memoria de su existencia. Aquella noche de finales del año pasado se quejó varias veces por unas molestias y ahora duele pensar que aquello se lo acabaría llevando.

Rebusco en mi memoria y me sobreviene la primera vez que hablé con él, hace más de quince años, cuando acudí a la presentación de 'El orden improbable' dispuesto a que me firmara un ejemplar para poder conocerle, decirle que aquel libro me había parecido un novelón y que había visto en él una película, que es un apunte muy poco original sobre una novela, pero que en definitiva me sirvió para romper un hielo que no se ha congelado jamás. Después la vida nos reunió, regalándome el honor de haberle tenido de compañero. Como articulista era genial. Una de sus virtudes era la de relacionar muchos hechos para comentar toda la realidad como si fuera un único acontecimiento; a veces bromeábamos con la posibilidad de estar pisándonos los temas a propósito. Hemos pasado varios meses esperando un milagro y él jamás perdió la esperanza, y eso es otra cosa buena que se puede decir de él. Es muy difícil conocer a mejores personas. Me enteré de su muerte estando de viaje, tuve que darle mi último adiós en la intimidad y me acosté lejos de casa acordándome de aquella noche, y con la certeza de que desde este sábado somos menos y peores.