Desde aquel gobierno bonito de Sánchez con motivo de su nombramiento como presidente en la moción de censura, ha pasado tiempo y acontecimientos. Aquel Consejo de Ministros del 19 era un auténtico cásting de muy simbólica composición. La moción habíase basado en una frase colada ... como un polizón en una sentencia por un «juez amigo» que luego un auto del Supremo ordenó retirar. El nuevo gobierno había de marcar territorio con transparencia y ejemplaridad. A poco –una semana después del BOE– hubo de dimitir el fugacísimo ministro de Cultura por una inspección de la Agencia Tributaria por discutibles facturas. Después otro ministro se vio en las mismas, pero ya no se le aplicó similar exigencia. Nadie adivinaba que el Rey Emérito iba a ser objeto de investigaciones y ataques gubernamentales hasta incluso la decisión de facto de su provisional pero duradero exilio fuera de nuestras fronteras. Recuerden, no sólo Hacienda sino también la Fiscalía General del Estado mantuvieron investigado al Rey Juan Carlos más allá de lo que las normas y las leyes prevén. El asunto finalizó sin apertura judicial de causa alguna y sin más formulación de acusaciones que las del cotilleo o las filtradas murmuraciones con las tintas cargadas y llenas de inexactitudes y maldad.
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La visita a París de Juan Carlos de Borbón hace unos días, como invitado de honor de Mario Vargas Llosa –amigo leal de SM–, con motivo de su nombramiento como académico de las letras francesas ha puesto coto públicamente por fin. El Rey apareció en el país galo más delgado, con un aspecto muy señorial y saludable, eso sí, con los años inocultables, muy elegante y lleno de serenidad. Con la imperdible muleta que ya siempre le acompaña y flanqueado por su hija, la Infanta Cristina. A su llegada –dicen las crónicas– fue recibido y agasajado con honores de rey y, tras los actos oficiales de la Academia Francesa y la lectura del extraordinario discurso de Mario Vargas, asistió a una cena privada ofrecida por el presidente de la República, Enmanuel Macron.
El nuevo académico, que se descubrió como amante y genialmente partícipe de las letras francesas, vivió en el país vecino unos años desde 1959. Allí fue periodista, avistado lector y, por primera vez, escritor de novelas en español. En su intervención, Vargas Llosa desgrana su vocación refiriéndose incesantemente a Gustave Flaubert, a Valèry, Gide, Montaigne, Rimbaud, Victor Hugo, Michel Serrres, Verne o Dumas, al Quijote de Cervantes, a Alfonso Reyes y sus 'jitanjáforas' y a personajes literarios como Jean Valjean o «los cuatro mosqueteros inmortales». Tras afirmar que la literatura francesa es la mejor, quizá por más osada, el hispano peruano se preguntó: ¿puede la literatura salvar al mundo...?
Celebrado este extraordinario acontecimiento con la proverbial y gozosa presencia del Rey Juan Carlos y la estupenda exaltación de nuestro escritor, cabe concluir que cuando la Constitución de 1812 en su artículo 1 dice que «La nación española es la reunión de –todos– los españoles de ambos hemisferios», nadie mejor en quien pensar que en Mario Vargas Llosa.
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Las jitanjáforas: Alfonso Reyes –escritor y pensador mexicano– las definió como palabras que no son lazo de unión ni explicación de la realidad, sino un juego delirante, brujería de los poetas.
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