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Mal va enero en las letras. Los versos han dejado un desgarro en nuestra ciudad y en el mundo de la poesía española. Ayer despedíamos a Antonio Jiménez Millán, el poeta que vino de Granada para sumar un peldaño más hacia la luz en el ... lugar que uno de ellos -uno de los poetas- llamó Ciudad del Paraíso. Jiménez Millán perteneció a una generación con unos cuantos malditos en la plantilla y con la rebeldía como uno de sus preceptos. Eran los mandamientos de la época. Los jóvenes del último franquismo. Los últimos que atisbaron la clandestinidad y vieron la burguesía como un muro a cuya espalda comenzaba la auténtica vida, la libertad.
De eso supo mucho Jiménez Millán por más que la ironía lo situara como uno de los poetas favoritos de José María Aznar en sus tiempos de presidente de Gobierno y aquellas ínfulas de bodeguilla ilustrada. Pero eso fue mucho tiempo después. Después de que Antonio fuese uno de los artífices de 'la otra sentimentalidad' y una de las piezas claves de la llamada 'poesía de la experiencia'. Antes de que se uniera a esa troupe poética que trajo una savia nueva al panorama poético y que en Málaga diera paso a unos jóvenes llamados Juan Manuel Villalba, José Antonio Mesa Toré, Aurora Luque, Francisco Fortuny o Alvaro García. Madrugadas en aquel centro cultural con dispensa de alcohol y surrealismo que fue 'Terral', el bar que regentaba Garriga Vela, o noches de terciopelo en el cónclave permanente de 'El cantor de jazz', el local con mayor densidad poética que conoció el último medio siglo.
Girando alrededor de la revista 'Litoral'. En el carrusel de la vida, ahora tristemente detenido. Cuesta empezar a hablar en pasado de quien hasta ayer era uno de nosotros. Agudo, discreto, «no creerse los fuegos de artificio», dice uno de sus versos. Alejado de los pedestales y de la manufactura de laureles propios -ese mal tan propio del plumífero-. Conjugando siempre el sentido del humor con los restos del acento granadino. Experto en vanguardias, Antonio Jiménez Millán ha sido un ensayista lúcido, capaz de alumbrar con precisión por dónde se abrió camino la modernidad cuando el reloj de la creación artística parecía a punto de detenerse. Renacimiento. Reverdecimiento que él mismo aplicó a su propia poesía más allá del faro que en su día pudieran haber representado Gil de Biedma o Ángel González. Él mismo se convirtió en maestro. Para poetas que daban sus primeros pasos y para unas cuantas promociones de alumnos en la Universidad de Málaga. Catedrático de Literaturas Románicas, profesor capaz de inocular la pasión por la que él estuvo viviendo hasta este mes de enero ahora sombrío.
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