Biden, Trump y la discriminación por edad
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El edadismo nos afecta a todos. Las diferencias entre personas son tan enormes, la diversidad y heterogeneidad tan grandes, que la edad es una muy mala variable para entender las cosasEl Foco ·
El edadismo nos afecta a todos. Las diferencias entre personas son tan enormes, la diversidad y heterogeneidad tan grandes, que la edad es una muy mala variable para entender las cosasMuchos estadounidenses, así como ciudadanos de otros países, se preguntan, al ver la edad de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos y sus posibles déficits por ello, si debiera existir un límite en cuanto a años cumplidos para ser presidente o si ... tendrían que acreditar su salud mental. También se cuestionan, ante los problemas que parecen afrontar, si está más deteriorado Joe Biden (81 años) que Donald Trump (77). Si es peor confundir nombres y fechas como hace el candidato demócrata; o dar la impresión de que cree, como el aspirante de los republicanos, que se enfrenta a Barack Obama en esta carrera electoral. O si es más indicativo de enfermedad tener conciencia de los déficits y autocorregirse (Biden) o no corregirse (Trump).
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Más allá de dilucidar si uno u otro sufren o no deterioro cognitivo -algo mucho más complejo que tener lapsus de memoria o confundir nombres-, de lo que estamos hablando también es de cómo entendemos tanto la discriminación por edad; cómo lo hacemos con la vejez y el envejecimiento. En Estados Unidos se ha manifestado esta discriminación de una forma evidente. Cuando el fiscal especial Robert K. Hur, en su informe de la investigación sobre el uso de documentos clasificados por parte de Biden, definía al actual presidente como «un simpático y bienintencionado anciano con mala memoria», es evidente que esta frase 'no jurídica' describía no una realidad objetiva, sino un juicio sobre una persona que era descrita como frágil e incapaz.
Cuando la excandidata republicana Nikki Haley se refirió a Trump y Biden como «viejos gruñones» («grumpy old men») -en referencia a la película protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau en 1993, donde ambos encarnan a dos cascarrabias de edad avanzada en un pueblo nevado de Minessota, que han sido amigos, vecinos y enemigos cordiales durante 50 años antes de ponerse a competir por las atenciones de una nueva vecina viuda-, era notoria la imagen calamitosa que pretendía proyectar de sus adversarios electorales, aunque en aquel momento solo lo hiciera contra Trump.
Pensar, como hacemos en nuestro país, que cuando a una persona se le olvida algo son «cosas de la edad», que «los viejos tie nen todo el tiempo del mundo», que «loro viejo no aprende a hablar» (en referencia a la dificultad de adquirir nuevos conocimientos cuando uno es mayor), que cuando se llega a viejo es «imposible cambiar o referirse a las personas mayores como «sonotone» o «tacataca» es igual de lamentable que asumir que todos los jóvenes son inexpertos, hedonistas, poco comprometidos, vagos y unos flojos de mucho cuidado; e igual de penoso que tratar a las inmigrantes provenientes de Latinoamérica como «machupichus» o a los que nacieron en Asia como «rollitos de primavera». Pura discriminación.
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En concreto, el edadismo -es decir, la discriminación por edad- nos afecta a todos, aunque sea especialmente relevante en algunos colectivos. Que los empresarios adultos piensen que los jóvenes, por el hecho de ser jóvenes, lo harán mejor que alguien de sesenta años, es edadismo; que una persona mayor crea que, por ser mayor, es más sabia que una joven, además de una tontería (si uno lleva toda la vida haciendo algo mal, lo hará horriblemente mal de mayor ya que está muy entrenado), es edadismo; que un adulto o un joven banalicen la experiencia de sus conciudadanos mayores es edadismo, porque los hay que aprenden con los años y son mejores que cuando eran jóvenes.
En otras palabras: ser joven no equivale a ser innovador, ser adulto no es sinónimo de equilibrio, ni ser mayor sinónimo de sabiduría. Las diferencias entre personas son tan enormes, la diversidad y heterogeneidad tan grandes, que la edad es una muy mala variable para entender algunas cosas. Los que estudiamos la vejez sabemos que existe un declive en muchas funciones cognitivas desde una edad relativamente temprana: por ejemplo, en algunos tipos de memoria, la velocidad de procesamiento de información, la atención... Pero también hemos aprendido que otras cosas mejoran: el conocimiento general del mundo, la resolución de problemas, la revaluación y reinterpretación de lo que sucede en la vida, la vida emocional tiene más matices,…
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Personalmente, y mientras no sea patológico, me parece más interesante lo que se gana a lo largo de la vida que lo que se pierde, lo que no quiere decir que alguien joven no tenga los atributos de una persona mayor o algunos mayores puedan no haber evolucionado lo suficiente; es evidente que hay mucho Peter Pan por el mundo. Lo que está claro es que la edad, no lo es todo. Así que, por favor, ¡no seamos edadistas!
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