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Aquel desvencijado Renault 7 matrícula de Melilla tenía rota la puerta del conductor. Sencillamente no abría, aunque no era un problema; se entraba por la puerta contraria y no pasaba más. Subidos a su lomo, de pensión en pensión y con escaso dinero en los ... bolsillos, fuimos a muchos puntos de España y asistimos a clínics, campeonatos, concentraciones del 'equipo nacional' (como le llamaba el gran Antonio Díaz-Miguel a la selección española), charlas y reuniones de básket buscando el dogma y verdades absolutas y aprendiendo lo más importante, que estas en realidad solo están en nosotros mismos porque ni existían ni existieron jamás. Eran los 80 y el baloncesto estaba por saltar a pista por todo lo alto en España y en nuestras vidas, y nosotros estábamos ávidos de vivir y de empaparnos de todo aquello. Allí empezó todo.
Javier Imbroda –él mismo, deportista y estudioso del deporte– llegó a Málaga siendo un adolescente y, de alguna manera, ya nunca se fue. Varias estancias en Madrid y Sevilla, pero aquí tuvo su casa para no dejarla jamás. Realmente cuando uno tiene la oportunidad de conocer Melilla (y yo lo hice de su mano) y viajar a ella varias veces, se da cuenta de que, más allá de la geografía, del mar de Alborán o de aquello que parece nos separa, Málaga y Melilla son ciudades colindantes y unidas por la historia y por las personas. Por eso todo es más fácil.
Caminamos juntos años y años, crecimos y hemos compartido experiencias humanas y profesionales creando lazos indelebles que ya siempre nos han explicado. Javier es una persona valiosa y capaz, llena de curiosidad, dotado de una más que reseñable empatía así como de la imprescindible ambición para ir más allá y lograr alcanzar todas las metas que se propone. Ha conquistado muchas y muy variadas, y sigue. Reflexivo y extrovertido, un poeta pragmático y triunfador que comparte sus victorias. Al final lo que cuenta en la vida es hacer valer las cualidades que se tienen y prodigarlas de forma útil para ti y para los demás. Solo cuando se quiere y se sabe querer, el mundo sabe corresponder.
Hay personas que viven experiencias en sus vidas que no se pueden explicar simplemente por el azar, que por sus inquietudes y aspiraciones no dejan nunca de explorar en busca de algo más ni dudan en ponerse a prueba para lograr al fin sus propósitos. Saber disfrutar de cada uno de ellos, de los grandes y de los pequeños, es la forma de sentirse vivo, es la felicidad.
Y eso, en el deporte y en la vida, no se regala ni se compra en ningún mercadillo. Se lucha y se pelea cada día, no esperando pero sí acometiendo los sueños con el desparpajo de aquel joven melillense que absolutamente enamorado de su tierra y de su historia, dos de sus grandes pasiones, con solo dos bolsas de deporte vino a conquistar Málaga y a servirnos a muchos de inspiración.
Su sostén es su familia y sus más firmes convicciones y su fuerza vienen de allí, del norte de África, de su padre, sus hermanos y, sobre todo, de Isabel, su madre, una persona buena y sencilla, fuerte y luchadora… Una gran mujer que no lo tuvo fácil pero que pudo con todo para llenar el equipaje de nuestro personaje de los valores y del ejemplo que valen para toda una vida y como el mejor y más valioso tesoro que uno puede llevar siempre consigo, que no ocupa lugar y que las siguientes generaciones no deben olvidar.
Solemos pensar que las personas más felices tienen estrella, pero en realidad solo lo son porque saben sacar más lo positivo de todo lo bueno y lo malo que les sucede cada día. Porque las personas que son realmente positivas tienden a ver los problemas que padecen, más que como dificultades, como retos que superar y obstáculos que librar que acabarán ayudándolas a conocerse y sacar lo mejor de ellas mismas. Por eso, y sin lugar a dudas, creo firmemente que la buena estrella existe y por eso creo que Javier la tiene, también ahora y tan merecidamente en Málaga, en su ciudad.
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