El sábado fui a una tienda 'tech' y parecía la consulta del sexólogo. Delante de mí, había varias parejas jóvenes. Tenían problemas con sus 'smartphone' y los planteaban de manera tan divertida que apunté las conversaciones para escribir esta columna (no me invento ni una ... frase). La primera pareja se quejaba de que su aparato no funcionaba bien de tanto manosearlo. El técnico, con la profesionalidad de un médico experto en estímulos, cogió el móvil, presionó el punto G de Google, el punto W de Wifi y el punto S de Siri y el aparato se encendió y se puso propositivo: «¿En qué te puedo ayudar? Puedes pedirme que te muestre las fotos de anoche, que avise a Belén de que vas de camino, que calcule cuánto te falta para llegar…».

Publicidad

El tendero-sexólogo devolvió el artefacto a la pareja con una sonrisa pícara: «Ya funciona, podéis manosearlo cuanto queráis». Y atendió a las siguientes parejas, que se quejaban de que su cacharro no respondía a los toques, de que a su aparato se le había estropeado la sensibilidad digital, de que el del chico no funcionaba igual desde que le había puesto protección mientras que el de su pareja iba como un tiro a pesar de la protección. El «sexinformático» tenía soluciones para todo: no palpar el aparato con los dedos húmedos, no confiar demasiado en los protectores chinos.

Siguiente pareja: el chico intentó encender el celular y nada. «El botón está duro desde esta mañana y me desespera, no puedo más», argumentó. El «erotecnólogo» lo desbloqueó y se lo devolvió. «Ves, ya está blandito». Me tocó por fin y el «sexólogo» se interesó por mi problema: «¿Qué le pasa a su aparato?». Respondí con impotencia: «Nada de nada. Yo venía a por un ratón».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad