Día de Reyes, día de postres 'performance' que rubrican dos semanas de gastronomía fotogénica. Las familias van al restaurante con los niños y el momento culminante de la comida es el postre, cuando llegan a la mesa platos que, más que contener una delicia, ofrecen ... una composición tecnicolor: ese triángulo de tarta de queso sobre arabescos de caramelo y recubierto de mermelada de frutos rojos; a un lado, arena de galleta, al otro, fresas rebanadas y frente al vértice de la porción, un helado de nata y nueces de macadamia. Donde quepan, unas hojas de menta; donde se pueda, unos botoncitos de chocolate y en lo alto, coronando la pieza cubista, una banderita de mazapán con aviso importante: «Cheesecake». Importante, sí, porque no queda claro si aquello es un juguete, un puzzle dulce o un disparate de sobremesa propio de un cocinero que ha perdido la sensatez a fuerza de tanto inventar, imaginar, concebir, arriesgar, crear…

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¿Congenian el queso, los frutos rojos, el caramelo, el helado, el mazapán, el chocolate, la menta, la mermelada, la galleta, las fresas laminadas y las nueces de macadamia? Pues no, ni en broma. Pero las cosas de la gastronomía son así. Pides un postre y te traen un mecano que has de ensamblar en tu paladar como puedas. Bien está que el día de Reyes entretengan a los niños con estos postres de juguete en los que importa más el color, la forma y la variedad que su función básica: estar rico, culminar la fiesta, alegrar el paladar y reconfortar, no volverte loco y llenarte la boca de dulzainas que se matan las unas a las otras. ¡Pero que se acabe ya! Que tras el postre de Reyes digamos adiós a la gastronomía fotogénica y volvamos a los sabores puros.

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