No lo puedo evitar, y con la edad se incrementa este miedo. Cuando un ser querido viaja en carretera es indescriptible la sensación de serenidad que me genera la llamada que anuncia que todo ha ido bien y que están en su destino. La razón ... de esa inquietud no estriba en que desconfíe de su responsabilidad o de sus habilidades en el manejo del vehículo, sino en la existencia de otros factores que escapan a su control. Cumplir a rajatabla las normas de circulación no blinda la seguridad del conductor ni la de los acompañantes: si el coche que tiene a su lateral, enfrente o atrás hace una mala maniobra por despiste, cansancio, drogas, alcohol o imprudencia temeraria con la velocidad, puede caer hasta el apuntador. En otras palabras, los efectos colaterales de 'pasar' de las normas generan heridas, sufrimiento y en muchos casos, la muerte, tanto del infractor como de personas involucradas sin beberlo ni comerlo.
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En el primer fin de semana de agosto, 13 personas han muerto en nuestras carreteras (4 de ellas en el terrible accidente de Casabermeja). Y los datos de la DGT sobre siniestros viales mortales y fallecidos en vías interurbanas en el periodo: del 1 de enero de 2023 al 5 de agosto de 2024, reflejan incrementos que nos deben preocupar. Estos terribles balances de muertos y heridos en la carretera calculan el botín de la Parca respecto a años anteriores, y en especial en las operaciones salidas y entradas de agosto, navidad o el 'puente' de turno. Y la vida sigue, pero no igual para todos. Con frecuencia, cuando uno va por la carretera, encuentra un muro, una farola o una esquina, con un ramo de flores que alguien puso donde todo acabó para un semejante entre la chapa, la gasolina o un casco rodando; se marchitan por el paso del tiempo pero la memoria de quien no olvida vuelve a renovar ese altar improvisado. La vida se paró en seco para el que estaba en ese coche, moto, o pasaba por la calzada ese mal día y a esa peor hora. Están enterrados, como lo están en vida los que los han querido y siempre los querrán, las manos que llevan esas flores o reciben esa llamada nocturna que les hiela el cuerpo. La vida sigue pero muy cambiada para la chica que no perdía oportunidad para estar en forma y ahora solo puede ejercitar los brazos al arrastrar su silla de ruedas, o para ese chaval que no podrá graduarse con su promoción porque la chapa le ha destrozado y está encerrado en un cuerpo que no le responde.
Seguro que en muchos casos hay defectos en la carretera o un mal diseño del cruce o del lugar de la curva, pero las decisiones humanas se llevan la palma en cuanto a responsabilidad. Esos segundos de despiste, esas gafas que se buscan sin soltar el volante, o el móvil que se atiende. Y las puñeteras 'copitas', con el consiguiente 'yo controlo'. La irresponsabilidad mata, y unos gramos de prudencia ahorran mucho sufrimiento.
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