Tras haber dejado prácticamente vacante la presidencia de turno de la UE por cuestiones internas tales como la convocatoria y celebración de elecciones, el viaje diplomático de Pedro Sánchez a Israel ha vuelto a helar al auditorio. La política y su ejercicio son una magnitud ... poliédrica y compleja, con pocas objetivables certezas, corrientes diversas y tantas opiniones como se pueda imaginar. Eso sí, hay algunos campos, como el de las relaciones internacionales que, por su especial dificultad y trascendencia, exigen de forma sustancial una probada experiencia y conocimientos especializados en el fondo y en la forma. La diplomacia requiere una capacidad de representación de una dimensión mucho más global y amplia que las iniciativas y episodios nacionales políticos cotidianos.
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Por ello, por la defensa de posiciones normalmente consensuadas en las relaciones con otras realidades ajenas, este tipo de acciones se suele sustraer de la melé habitual de la discrepancia y el debate interno. Cuando se improvisa o se plantean discursos inesperados y particulares que modifican el mensaje esencial se rompen la coherencia, la ortodoxia y la confianza. Pero, no sólo, se computan actuaciones erróneas o crisis de respaldo al mandatario que incumple su tarea y actúa como un autarca, sino que se reconoce como un auténtico fracaso, al comprobarse frustrados todos los objetivos previstos.
La reacción oficial de disgusto y enfado israelí ante la lectura del papelito por Sánchez, en su reunión con Benjamín Netanyahu -primer ministro de Israel-, están más que justificados. Fueron inenarrables la actitud y el tono prepotentes del mandatario español, así como ignorante de los hechos y el lenguaje. El fiasco de la visita -con la cruel e ignominiosa matanza terrorista del 7 de octubre de más de 1,400 víctimas inocentes de fondo y la reactiva ofensiva bélica israelí- alcanzó su cénit con la rueda de prensa, junto al Primer Ministro belga, en el Paso de Rafah, en el mismo punto donde escaso tiempo después estaba prevista la entrega e intercambio de rehenes israelíes por presos gazatíes. Algo que se ha entendido como un pretencioso, inadecuado y falso mensaje subliminal, en un intento grosero por protagonizar e inmiscuirse en la -días antes- acordada tregua y liberación de personas.
La pregunta es si se puede representar a España y a la Unión Europea con la transmisión de opiniones y discurso sorpresivos y sin consenso nacional ni europeo. El resultado de la malversada visita de Sánchez es un auténtico incidente diplomático de factura inevitable con un país democrático aliado de la UE en guerra. Una vez más, Pedro Sánchez, da paso a salvar el rechazo interno de un escándalo, como su pacto de aprobar una vergonzosa, ilegal e injusta ley de amnistía, con otro escándalo posterior, como la impostura de su leído discurso ante el máximo dirigente del ejecutivo israelí. Atrás queda para mucho tiempo el papel de España en el pasado como ubicación óptima para ser sede de una conferencia de paz de Oriente Próximo, atrás el prestigio internacional y la confianza de la Unión para representarla en el exterior. El recurso de huidas hacia delante de Sánchez extraviando toda autoridad moral empieza a estar realmente agotado, nuestra paciencia también.
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