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La receta cuya implementación se cuela es subir los impuestos. Lo llamativo es que el propósito anunciado por la mayor parte de los países de nuestro entorno es bajarlos. El eufemismo es un titular engañoso: mayor justicia fiscal. O sea, mayor tributación para los ricos. Pero si se confirman determinadas de subidas de los tipos de IVA, se recupera el proyecto de un nuevo impuesto para el diésel y se modifican al alza los tramos de IRPF, tendremos una subida generalizada del coste vital. Subir la carga fiscal a la sociedad en general disminuirá el volumen de dinero circulante y empobrecerá nuestras vidas al bajar nuestra capacidad adquisitiva. Afrontar las inmensas dificultades de estos momentos, la disminución casi generalizada de salarios y el importante aumento del desempleo con menos recursos dinerarios personales, será una auténtica deriva de socialización de la escasez. Que haya o no otra alternativa no parece que sea una posibilidad que el Gobierno quiera ni transitar. La crisis sobrevenida por los efectos económicos perversos del grave parón que trajo consigo el confinamiento y el cese temporal de industrias, profesionales y empresas, supone un inmenso revés contra el proyecto gubernamental de un estado de mayor tamaño y con una más alta capacidad de gasto. Pero en una situación extraordinaria como la actual, ni el presidente ni sus ministros están dispuestos a alterar sus planes y, por tanto, necesitan asegurar la recaudación aumentando su tasa de forma exponencial. Si hay muchos menos que pagan, que cada uno pague mucho más.
Si Alemania, Francia o Italia, deciden bajar algunos tipos de IVA o apretar notablemente el cinturón de sus estados para liberar a sus ciudadanos de cargas y facilitar la recuperación de empresas, empleos y economías domésticas, ese no va a ser nuestro camino. Pero aún se podría elegir, pues sería factible prescindir de mucho gasto más o menos superfluo -superfluo en esta situación- para aligerar las obligaciones de todos, o se puede seguir por la senda del equívoco y la mentira con lindezas como «una mayor justicia fiscal» o «más impuestos para ricos». O sea -olvídense-, lo que viene es un aumento general de impuestos para todos.
Una deuda disparada, un déficit sin la contención que la UE nos ha exigido estos años y un estado bien costeado con un incremento importante del esfuerzo de las llamadas clases medias y trabajadoras, modificará el paisaje de todas las latitudes sociales y empresariales menos la gubernamental. En una palabra, habremos de cambiar de hábitos todos excepto el aparato estatal, que además será un gasto fijo. ¿Se acuerdan del austericidio? Se acercan tiempos que convertirán ciertas apelaciones y algunos eslóganes en una auténtica broma.
Vienen fondos de la Unión Europea, algunos son no reembolsables, otros son créditos en buenas condiciones de plazo e intereses, pero todos van a ser condicionados y más temprano que tarde llegará la letra de estas condiciones. Limitarán el gasto y algunas acciones, pero el propósito de Sánchez de elevar la carga fiscal de los españoles, para que su Gobierno disponga de mayor capacidad de maniobra, va a ser imparable.
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