Parafraseando al replicante de Blade Runner, puedo decir que he visto casas que «vosotros no creeríais». Por mi trabajo como periodista, pero también por inquietudes personales, he estado en lugares donde pocos podrían imaginar que un ser humano tiene ahí algo más que un techo ... para taparse; no, al menos, en este llamado primer mundo. Hace algunos meses, de puro rebote, me encontré en la azotea de un edificio, moderno, céntrico, de tres o cuatro plantas. La cubierta estaba originalmente parcelada como trasteros grandes, calculo que de unos 10 o 12 metros cuadrados, con unos tejados bajos e inclinados, y una cerca metálica alrededor para distinguir la parcela de cada propietario.

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Pues bien, muchos de estos cubículos se habían cerrado y habilitado como microviviendas clandestinas, hasta con sus pequeños aparatos de aire acondicionado, aunque no sé cómo habían resuelto el tema del aseo, que seguramente no tendrían. Me ha venido a la memoria el caso tras ver un anuncio de un estudio en alquiler en algún lugar de la ciudad, una pequeña buhardilla difícilmente practicable, pues el espacio estaba tan cuajado de puntales que moverse por dentro era como hacer un Tetris. Seguramente, al dueño se lo habrán quitado de la manos.

Cuando pienso en estas cosas siempre me acuerdo de aquella vez que me tocó cubrir los efectos de una riada (sí, en Málaga hubo un tiempo no muy lejano que llovía con fuerza y había inundaciones) en Los Asperones. Después de visitar varias casas maltrechas por el agua, me quedé parado delante de una pequeña estructura, un poco más grande que la caseta del mastín en una finca. Absorto, pensaba que aquellas cuatro paredes debían haber sido una especie de trastero, cuando una chica muy joven se me quedó mirando y, al ver mi cara de espanto, se limitó a decirme: «Sí, ahí dentro duermo yo».

Aún tengo otras historias de infraviviendas donde los techos de escayola se caían a pedazos, pero era eso o la calle para una madre y sus dos niños chicos. En pisos okupados donde la obra no había acabado antes de la quiebra, así que las ventanas eran de cartón y cuando llovía con viento fuerte y cortado, la humedad llegaba hasta el alma de sus pobres moradores.

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En definitiva, todo esto es sólo para decirles que no se creerían hasta dónde llega el drama humano por la falta de vivienda en Málaga. Aunque sé que hoy, entre graves manifestaciones contra la amnistía y la investidura del presidente, mi humilde reflexión sobre algo tan prosaico como el techo de la gente «se perderá en el tiempo, como lágrimas en la lluvia».

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