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Se acaba la Navidad y en muchos hogares habrá estos días uno más. Probablemente, un ser con cuatro patas, pequeñito y adorable. Los más afortunados, que serán la mayoría, habrán encontrado una familia. Pero para demasiados todavía, sólo serán un desgraciado capricho de Reyes Magos ... de niños malcriados y de padres irresponsables, que suplen con dádivas la falta de horas de educación y de juegos, de paternidad ausente. Por el trabajo, dirán ellos, y yo añado que por otras cosas en las que hoy no quiero entrar, también.
El caso es que todos esos peluches irresistibles crecerán y en pocos meses serán ejemplares adultos a los que habrá que alimentar, educar, sacar al menos tres veces al día, llueva o haga calor; y llevar al veterinario, que no es precisamente barato. Cuando se acabe la magia y llegue la rutina, esos juguetes rotos, de la raza que todos quieren, comprados con pedigrí y a precio de oro, acabarán en un chenil frío, compartido con otros tantos; mirando a su alrededor aterrados y sin comprender nada de lo que ocurre.
Norit era uno de esos muñecos, como le llamaba Espe, su cuidadora cuando nos íbamos de viaje. Caniche de pura raza y registrado por primera vez con el absurdo nombre de Bolita. Regalo de Reyes o de cumpleaños de algún niño, su 'familia' lo entregó en el refugio de la Protectora de Animales porque decían que mordía. Poco hacía el pobre, con la situación de desequilibrio mental que traía.
En la Prote le pusieron Norit porque era igual que el borreguito de la etiqueta del detergente, y cuando lo adoptamos le dejamos una versión a la andaluza: Nori. A esa Bolita blanca lo habían maltratado mucho y durante mucho tiempo. A veces, se pasaba días enteros escondido debajo del mueble del cuarto de baño, y es verdad que me llevé algún mordisco, porque entraba en pánico sin razón aparente. Tampoco estaba adiestrado, y siempre me preocupó el afán por defender a las mujeres frente a los hombres... Miedo me da pensar lo que había vivido en el pasado.
Con infinita paciencia y cariño, Nori se hizo a su hogar y nosotros a él. Con mi mujer, Olga, era devoción mutua, y aunque de vez en cuando todavía le patinaba la neurona y se le cruzaban los cables, aprendimos a querernos y a respetarnos todos con nuestras rarezas... Como en cualquier familia.
Por eso, si no está dispuesto a que sea uno más en su hogar, para lo bueno y para lo malo y por todos los días de su vida, háganos un gran favor a todos y deje que al niño se le olvide el capricho del perrito jugando a la Play...
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