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Núñez Feijóo se reunió hace un par de días con Pablo Casado en un restaurante. Se conmemoraba en la intimidad el aniversario del defenestramiento del segundo. El PP es un partido de intimidades. Nombres en clave en los apuntes de Bárcenas, el catalán hablado en ... la intimidad de Aznar. Feijóo tiene espíritu de reparador, de conciliador, y puede que esté planeando recuperar a Casado aunque sea simbólicamente.
Si a los antiguos presidentes se les compara con un jarrón chino, a Casado habría que equipararlo a una botella hecha añicos, de esas que se llevan un tajo por mucho cuidado que uno ponga al tocarlas. Más aún si se trata de recomponerlas. Díaz Ayuso vigila. Vigila y no quiere ni oír hablar de una posible rehabilitación por mínima que sea de aquel que osó afearle la conducta por la tontería de que su hermano cobrara unos cientos de miles de euros negociando con mascarillas en medio de un ambiente de tragedia nacional con cientos de muertos al día.
A Casado la denuncia pública le costó el puesto y la carrera política, labrada desde la tierna adolescencia al lado de su amiga Ayuso. A esta, el episodio le valió más poder, más delirio. Si el negocio de su hermano era apestoso desde el punto de vista ético, desde el legal no era delictivo. Así que Casado tuvo que pagar con creces su desahogo verbal. Midió mal sus fuerzas. Y sus lealtades. En estos días han circulado algunos de los mensajes de sus traidores. Barones que se habían sentido acosados por Casado y su escudero García Egea y un círculo próximo que atisbó el olor de la sangre. Julio César apuñalado. Seguramente a Pablo Casado no le quedaron ganas de leer el 'Julio César' de Shakespeare. Le habría sonado demasiado autobiográfico y el «¿Tú también, Bruto?» shakesperiano habría debido llevar una letanía de nombres sustituyendo a Bruto. Los Cinna, Casio y Metelo tienen nombres y apellidos sonoros en el PP.
En el Congreso y ante los micrófonos de algunas televisiones hemos visto dar algunas excusas, o mejor, algunas evasivas, sobre aquel apuñalamiento público. Vaguedades. Si sus señorías hubieran sido más ilustradas habrían acudido a las palabras que Shakespeare puso en boca de Bruto después del crimen: «Si entre vosotros hay un amigo entrañable de César a él le digo que mi afecto por César no fue menor que el suyo. Si ese amigo pregunta por qué Bruto se alzó contra César, aquí tiene mi respuesta: no porque amase menos a César, sino porque amaba más a Roma». Por el bien de Roma. Por el bien de Génova, de las siglas, de la gaviota, de la patria. Por la propia supervivencia, por guardar el sillón, por alcanzarlo. ¿A qué más explicaciones?
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